La guitarra suele acercarnos a lugares y personas, y a veces esos encuentros son decisivos, como el caso de mi cruce en esta vida con Coco Beneitez, en 2006.
Coco me envío un correo electrónico encargando material de CDs y partituras. Yo no lo conocía. Como por esos días iba a ir a visitar a mis padres en Pilar, cerca de Luján, donde él vivía, le propuse llevarle el encargo en persona y de paso conocernos. Coco aceptó, y en ese ir y venir de correos me tomé el atrevimiento de preguntarle si conocía en Luján un lugar que le pareciera adecuado para tratar de generar una actuación. Su respuesta fue que en lugar de eso él convocaría a su casa a un puñado de personas amigas y amantes de la guitarra, que prestarían oídos atentos a lo mío. Es decir, me estaba ofreciendo organizar un concierto privado, si yo aceptaba. Por supuesto me subí al barco más que contento, y el sábado 11 de noviembre a la noche estaba golpeando a su puerta, con la guitarra.
Me recibió su esposa Lucy, simpática, amable y artista plástica de gran sensibilidad. Algunas de sus obras estaban allí, sobre caballetes. La casa estaba llena de cosas de gauchos y de campo: sombreros colgados en las paredes, puñales de toda clase, cuadros de gauchos desfilando a caballo, etc... En el comedor estaba el apero personal de Coco, y la mesa era una rueda de carreta.
Dejé la guitarra en una habitación y fui al patio, donde ya estaba el fuego prendido para el asado. Allí conocí a Gabriel Granata, quien le daba clases de guitarra a Coco, y que ha llegado a ser también un amigo entrañable. De a poco comenzaron a llegar otros invitados. Varios llevaban atuendo gauchesco, con sombrero, botas, bombacha, facón en el cinto, pañuelo al cuello. Viendo que esta gente cultivaba el tradicionalismo en el vestir, yo pensaba, prejuiciosamente, que también serían tradicionalistas en el gusto musical... "cuando empiece a tocar mis piezas con acordes raros acá me cuerean vivo... ¿Y si mejor me canto una de Cafrune?..." Comimos el asado y las empanadas, mientras conversábamos y nos conocíamos. Un paisano de apellido Palleros me regaló un cinto de cuero crudo labrado por él mismo, una pieza bellísima de artesanía gauchesca.
Ya calmada la urgencia del estómago, llegó el momento de la música. Tomé la guitarra, me senté en el comedor a afinar y de a poco se fueron viniendo desde el patio, ocupando sillas y sillones alrededor mío. Cuando empecé a tocar noté que el ambiente sonaba espléndido, y los invitados escuchaban en un silencio religioso. Preludiando cada pieza yo hacía algún comentario, que era enriquecido por atinadas acotaciones de los presentes. Puedo decir que esa noche, en ese comedor familiar, viví una de las jornadas musicales más gratificantes. Fue más que una guitarreada, fue un momento de encuentro entre personas que vibran con su cultura.
Nos despedimos entre abrazos y buenos deseos. Desde aquél día he vuelto a ver a Coco varias veces, y cada encuentro es más intenso que el anterior. Ya lo considero un hermano mayor, y agradezco a la guitarra que me haya llevado hasta su puerta.
Hola, Marcelo. Recientemente, también yo he tenido la suerte de conocer a este gran hombre, Coco Beneitez. Acabo de recibir un correo suyo en el que me hablaba de ti y me recomendaba visitar tu página. Espléndida recomendación. Tu música es bella, compleja y a un tiempo enraizada y moderna. Escribes, además, de una manera sobria pero descriptiva. No se ha equivocado un ápice nuestro común amigo. Todo un placer descubrirte, Marcelo. Saludos desde España. Pepe Gómiz.
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