diciembre 03, 2013

Quijotes

Quijote: hombre que antepone sus ideales a su conveniencia, y obra desinteresada y comprometidamente en defensa de causas que considera justas, sin conseguirlo.
Esta es la definición del Diccionario de la Real Academia Española. En Gualeguay (Entre Ríos) conocí varios, el pasado fin de semana. Son los organizadores de "Otra cosa es con Guitarra", un ciclo de encuentros guitarreros que ya cumplió una década.
El ideal: acercar la guitarra, su repertorio y sus cultores a la gente. La conveniencia: dedicarse a otra cosa, ya que en el intento dejan los bofes, poniendo su tiempo, su energía, y hasta su dinero. En esta ocasión el encuentro estuvo dedicado a honrar la memoria de dos artistas de la guitarra, el canto y la poesía: Walter Heinze y Miguel "Zurdo" Martínez. Se proyectó una película sobre El Zurdo, se expuso acerca de la vida y obra de Heinze, y se tocó mucha música de ellos, además de la de otros.
Cari Pico, además de intérprete, compositor y arreglista, es autor de una teoría sobre las claves a usar para escribir la música en ensambles de guitarras, requintos y guitarrones (la editorial Tráfico de Arte publicó hace años este trabajo). Mario Moreno es el referente de un grupo de constructores de guitarras y otros instrumentos de la familia (requintos, guitarrones, charangos, guitarrines, guitarras píccolo y vihuelas). Juan Martín Caraballo forma parte de la nueva generación de músicos populares de sólida formación. Ellos tres junto a otras almas igual de quijotescas son responsables de que en Gualeguay hayan sonado las guitarras en los últimos diez años. Además han fundado la "Orquestarra Juan Ledesma", ensamble con el cual abordan músicas que van desde Bach hasta nuestro folklore.
Gracias amigos gualeyos por invitarme a guitarrear con ustedes.
Sé que habrá otras.
Que sean pronto.



Guitarreada posterior a los conciertos del sábado 30 de noviembre.
Canta Nilda godoy acompañada por Cacho Hussein, ambos de Santa Fe.
Juan Martín Caraballo le da al guitarrón y María Eugenia Figueroa, de Paraná,
manda fruta con la guitarra. Presentes además Cari Pico,
Pablo Ascúa (Santa Fe), Silvina López (Paraná), Raúl Ponce,
Mario Moreno y Marcelo Coronel.
Pueden escucharse coros ocasionales, fragmentarios,
sin culpables fácilmente identificables.

noviembre 20, 2013

"El gustito está"

Hace más de diez años, Leonardo Bravo y yo andábamos guitarreando a dúo. Por ese tiempo disfrutábamos de una hermosa amistad con Walter Heinze, quien nos dedicó un chamamé para dos guitarras titulado "El prometido".

Cuando recibimos la partitura empezamos a leerla y juntar las partes, sin apuro. Por esos días Walter vino a Rosario, y nos juntamos los tres a almorzar en casa. De sobremesa, se nos ocurrió que podía ser buena idea homenajear al visitante haciéndole escuchar su obra, aunque no estaba madura, pero sí más o menos digna de ser mostrada. Afinamos las guitarras, Walter se acomodó en un sillón dispuesto a gozar de su propia música, y empezó la cosa. Debe haber sido lo más horrible que tocamos Leonardo y yo en toda nuestra historia de amistad guitarrera. El compositor observaba estoicamente la demolición de su chamamé en un silencio respetuoso. Incapaces de llevar la interpretación al terreno de la belleza o por lo menos de sacarla del fango de los pifios y las lagunas, llegamos al final con mucha vergüenza y sensación de haber perpetrado una imperdonable falta de respeto. Tras el acorde final, miramos a Walter como pidiendo disculpas y con cara de que no había sido a propósito. Y él, que era un Maestro, sonrió apenas, achicó los ojos, y nos dijo: "el gustito está... ahora hay que meter las notas".

Un Maestro siempre encuentra la forma de estimular a los demás, señalando lo que está pasando de bueno, porque siempre hay algo para rescatar. Años después lo grabamos y lo editamos en nuestro CD "El entrevero". Aquí les dejo esa grabación.

¡Gracias Walter, por tu chamamé y por tu amistad!




agosto 10, 2013

El alma en la raíz

Hace mucho tiempo de esto ya. No sé bien porqué lo recuerdo ahora, pero lo quiero contar, después de casi diez años, porque nunca, ni antes ni después, me pasó algo parecido arriba de un escenario.
Marcelo y Walter, 1999, Rosario.
Estábamos a fines de 2003. Me habían invitado a tocar en un ciclo que se hacía los domingos en un lugar llamado El Solar de las Guitarras, en Santa Fe. Por ese tiempo mi querido amigo Walter Heinze, notable músico y maestro de Paraná, estaba luchando contra una enfermedad brava, que lo tenía contra las cuerdas. Aproveché la ocasión para ir a visitarlo. Me largué para Paraná el día anterior, pasé la noche en la casa de otro amigo paranaense y el domingo del concierto caí por su casa, de mañana. Estaba con su esposa, Elvira. Ambos me recibieron con la alegría que hacía de cada visita a ese lugar una fiesta. Mateamos en su estudio, charlamos, y me preguntó si no quería tocar para él lo que iba a hacer a la noche en Santa Fe, a lo cual por supuesto accedí. En el programa estaba "El alma en la raíz", un estilo que compuse dedicado a él, que fue quien me enseñó a amar esa especie lírica de nuestro folklore. Luego almorzamos los tres, y después volví a cruzar el río, para cumplir con el compromiso guitarrero.
Como suele suceder, el público estaba formado en un alto porcentaje por gente de la guitarra. Y la figura de Walter, en un auditorio así, era conocida y -fundamentalmente- muy querida. Todo el mundo allí estaba al tanto de lo que pasaba con su salud. Cuando llegó el momento de tocar el estilo, preludié con unas palabras para explicar que la obra estaba dedicada a él. Luego empecé, y a medida que la tocaba iba creciendo en mí una emoción muy fuerte, más allá de lo habitual, como si algo indescifrable y muy intenso estuviera invadiendo la sala. Conectado con la guitarra y la música, la vista puesta en las manos, fueron pasando los compases hasta llegar al acorde final. En ese momento miré al público, y vi rostros angustiados y gente llorando. Inmediatamente se me cerró la garganta con un nudo que me impidió articular sonido alguno, y se me vino el impulso de entrar a lagrimear yo también. Bajé la vista, cerré los ojos, y así me quedé un rato, hasta que se me fue pasando y de a poco regresé a la normalidad para tocar lo que restaba del concierto.
Walter se fue de este mundo un tiempo después. Y si bien aquél encuentro en su casa fue el último, me gusta pensar que hubo uno más, que esa noche, en el Solar de las Guitarras, estaba sentado entre la gente, escuchando el estilo.

Marcelo interpreta "El alma en la raíz",
estilo dedicado a Walter Heinze

julio 12, 2013

Miércoles culturales

Miércoles 18 de agosto de 2010. Recién llegado a Jujuy para una serie de actuaciones, fui tipo siete de la tarde a la presentación de un libro, ya que ese primer día no tenía compromisos. Antes de que comenzara el evento me presentan a un funcionario de cultura de la provincia, quien me ofrece ir a tocar a Abrapampa, esa misma noche. El intendente de ese pueblo puneño acababa de llamar pidiendo con urgencia una delegación de artistas para nutrir la programación de "Miércoles Culturales de Abrapampa". Me pareció raro que anduviesen armando la programación un rato antes. Para llegar a Abrapampa había que viajar tres horas, y ya era la tardecita. Tampoco me cerraba que el tipo me invitara sin tener idea de qué y cómo tocaba yo. Pero me enganché: estaba desocupado y me entusiasmaba ir a guitarrear a un lugar nuevo para mí.
Así fue que una delegación artística muy heterogénea y armada de urgencia salió hacia el norte en una trafic, por la Quebrada de Humahuaca. La luna alumbraba el paisaje, y el mate y la coca ayudaban con la altura y el frío.
Tipo once de la noche llegamos al lugar: un tinglado enorme, en una escuela, con un escenario gigantesco sobre el cual iban pasando números de folklore. El sonido era letal: me resultaba literalmente imposible escuchar. El exceso de volumen -al menos para mí- cruzaba el umbral del dolor. Frente al escenario había algunas filas de sillas. En el resto del lugar una multitud iba y venía alegremente, y en un rincón una barra vendía bebidas.
Luego de una espera de dos horas llegó el momento de mi actuación. Para ese entonces el público ya raleaba y los efectos del alcohol eran indisimulables. Preocupado, le pregunté al funcionario que nos había llevado si era razonable que subiese a ese escenario un guitarrista solista, que ni siquiera cantaba, y no podía ofrecer desenfreno festivalero. Me contestó que "la gente está aburrida de huayno y bailecito, y que cuando alguien toca algo diferente les encanta".
Alentado por esta respuesta subí al escenario y arranqué con una tremenda milonga de Yupanqui. Durante algunos compases fue como si en el escenario no hubiera nadie: me ignoraron por completo. Pero al rato se percataron de mi presencia y comenzó la anhelada conexión entre artista y público: empezaron a chiflarme. Recordando lo dicho por el funcionario, me sorprendió que no les estuviera encantando y decidí cambiar de estrategia: "les toco algo de acá, y me los compro enseguida", pensé. Así que arremetí con una baguala, con tanto arrastre y vibrato que ya se me salía la mano del cuerpo. Los chiflidos se redoblaron y empezaron a sumarse algunos gritos, que sonaban entre burlones y amenazadores. Levanté la vista por un momento y vi a uno de los parroquianos orinando apoyado contra la pared, parado en un enorme charco que probablemente era una mezcla de cerveza, vino y barro. El instinto de supervivencia provocó el abrupto final de mi presentación: sin esperar a que la baguala terminase, metí un chan chan a modo de final y huí por el costado del escenario.
De regreso a San Salvador se durmieron todos. En silencio y alumbrado por la luna, recorrí de nuevo la famosa quebrada, esta vez de norte a sur.  Viajé atravesado por una sensación rara, incómoda, medio fulera. Ahora sé que me estaba doliendo la Patria.

julio 02, 2013

Rescatando al alma

Abe Minzer es pianista. Vive en la ciudad de Colorado Springs (Estados Unidos). Hace algunos años participé de una velada en su casa, una reunión de amigos para cenar y tocar música. Al término de la reunión nos quedamos solos él, su esposa y yo. Me invitaron a pasar la noche allí, y en ese momento pude conversar con ellos de manera más personal. Abe contó que daba clases en una institución de enseñanza musical. Esta actividad era relativamente reciente en su vida: anteriormente trabajaba en el mundo de la informática. En ese anterior empleo sus ingresos superaban veinte veces a su sueldo como maestro de música. Pero según sus propias palabras, a pesar del dinero que ganaba "el alma se le había ido". Abe ya tenía una edad en la que no se abandona alegremente una carrera exitosa para empezar otra historia de final incierto. Pero le pareció importante recuperar su alma.

De izquierda a derecha:
Abe Minzer, su esposa y Marcelo

junio 27, 2013

Servicio de "atención" al cliente

Se terminaba mi viaje a Perú, allá por 2007. En mi penúltimo día estaba libre, por lo cual decidí conocer las ruinas de la ciudad amurallada de Pisaq, en el valle sagrado de los Incas. Desde Cuzco era un viaje bastante corto por paisajes increíbles, en un micro mediano que iba repleto, con gente parada en el pasillo central. Cada tanto el vehículo paraba para que alguien subiese o bajase, en la intersección de la ruta con caminos de tierra.
Junto a la puerta iba un muchacho que cobraba el boleto a quienes descendían, de acuerdo al trayecto que habían realizado. En una de esas paradas, escuché de repente a este guarda discutir con un pasajero que debía bajar pero no quería pagar, aludiendo que había viajado parado, y que por lo tanto no correspondía que le cobraran el boleto. El razonamiento de este viajero me pareció raro, pero él lo sostenía con vehemencia cada vez más sonora. Y el otro, con igual energía, le reclamaba que pagara. El resto de los pasajeros iba tomando partido por una u otra postura, y rápidamente el micro se convirtió en un tremendo griterío.
En un momento el guarda consideró que sobraban las palabras, y sin ningún prurito comenzó a propinarle al pasajero una andanada de trompadas que éste retribuyó generosamente, aumentando así la confusión general. El chofer, que hasta ese momento había observado la escena por el espejo retrovisor y con las manos en el volante, se levantó y se sumó a la golpiza, asistiendo a su compañero en la tarea de escarmentar al pasajero rebelde. Desde mi asiento en la última fila, yo observaba sin entender demasiado, y para evitar que alguna mano u objeto contundente aterrizara en mi cabeza, me agaché con la esperanza de que la batalla terminase dejándome indemne.
Una vez que hubieron abollado a piñas la humanidad del pasajero, lo dejaron bajar y el viaje continuó. Nunca supe si finalmente le cobraron, pero lo que sí quedó claro es que quien "cobró" fue el pobre infeliz que no quería pagar boleto.

junio 18, 2013

Gratitud

Tengo un par de guitarras para dar clases, sencillitas, de batalla. También tengo una de concierto para tocar en público y para grabar, muy sonadora, de bello timbre. Esta última está siempre en su estuche, y sale cuando hay sesiones de trabajo programadas. Las otras duermen afuera, y paraditas en sus soportes se ofrecen permanentemente. Por eso cada vez que tengo un rato para guitarrear agarro una de éstas, que están a mano. Pero hace unos días me vengo preguntando por qué hago esto, por qué no toco con mi mejor guitarra, aunque sea en la soledad de mi cueva. ¿Por qué privarme de la belleza que ella puede darme? ¿Para qué dejarla guardada, si no se gasta por tocarla?
Entonces la empecé a usar diariamente, y ayer, sin que yo tuviese ninguna intención de escribir algo nuevo, se instaló en cabeza, manos y encordado una música que me inundó y no me soltó hasta que la terminé de escribir.

Estoy convencido de que es un regalo de ella. Me está agradeciendo que no la haya condenado a la oscuridad y al silencio.

mayo 27, 2013

No, thank you

En enero de 2001 llegué a Toronto para una estadía de dos meses. Me hospedaría en casa de una familia, con quienes compartiría los espacios comunes, como la heladera. Pero debía comprar mis alimentos. Con esa misión me apersoné -recién llegado- al supermercado más cercano, y empecé a colocar en el carrito las vituallas que necesitaba.
Es preciso decir en este momento que, pese a haberme preparado en inglés durante un año para este viaje, no entendía casi nada de lo que la gente hablaba. Lo comprendí recién allí: las profesoras de inglés de Argentina hablan todas con acento.
Ya en la cola para pagar, vi que la gente metía la mercadería en bolsas de papel que la cajera les daba, y calculé que para colocar mis cosas me bastaría con pedirle cuatro. Terminado el recuento de lo que yo llevaba, la mujer me dijo el importe que debía pagar, pero no hacía ningún gesto parecido a darme bolsas de papel. Entonces se las pedí, y ella muy amablemente me dijo algo de lo cual no entendí ni una palabra. Detrás mío, una fila considerable de clientes con sus carritos llenos me miraba y esperaba en silencio, respetuosamente, pero yo pensaba que ellos pensaban: "no tenemos todo el día, terminá y andate". Entonces, ansioso por desaparecer le contesté "no, thank you", que fue lo primero que me vino a la mente. Acto seguido agarré como pude mis vituallas, y me fui haciendo equilibrio dando un espectáculo que debió ser bastante cómico.
Al llegar conté a mis anfitriones lo que me había pasado. Entonces ellos me explicaron que las bolsas se compran, que cada uno pide las que necesita, y que cuestan $0.10 cada una. O sea que la cajera me había dicho que cómo no, que eran cuarenta centavos, y yo le había contestado "no, gracias", quedando como un amarrete que se va perdiendo las cosas por el camino por no pagar unas miserables monedas.
Aún me da vergüenza imaginar la imagen que dejé en los que estaban presenciando la escena. Es feo ser un extranjero, no conocer la cultura ni los códigos del lugar, y encima no entender casi nada de lo que se le dice a uno.

marzo 31, 2013

Manifiesto

Hace muchos años descubrí mi vocación por la música. Mi pasión es tocarla y crearla. Me entregué a ella, dedicando mucho tiempo, recursos y energía a la tarea de formarme, tanto en el oficio de tocar un instrumento (la guitarra) como en otras disciplinas necesarias para llegar a ser un músico cabal. Los primeros intentos de dar forma musical a pensamientos y emociones fueron surgiendo naturalmente. Comencé a componer. Paralelamente formé una familia, y con ella llegó la responsabilidad de proveer a las necesidades de las personas a mi cargo. Encontré en la enseñanza de la música una fuente de ingresos más o menos regulares, y aposté a que mi oficio de artista (intérprete y compositor) llegase a serlo también. Luego de casi treinta años de intentarlo, me he convencido de que no es posible, al menos para mí, en estas circunstancias geográfico-temporales que me toca vivir. La remuneración por este trabajo es usualmente menos que modesta, el trabajo es muy poco, y es uno mismo quien debe generarlo, invirtiendo en esta tarea -propia de un representante artístico y no de un artista- ingentes cantidades de tiempo y esfuerzo que nunca se ven debidamente recompensados en lo monetario.

Los sistemas existentes para la remuneración del derecho de autor están al servicio de los artistas que se dedican a hechos musicales masivos. Como socio de SADAIC, he comprobado que jamás un inspector de la entidad se ha presentado a chequear el debido pago del derecho en alguno de los muchísimos conciertos que he ofrecido en salas medianas y pequeñas. Sólo recuerdo haber percibido una suma importante como pago por la composición de breves bandas de sonido para televisión, hechos sonoros irrelevantes, pueriles y descartables, que dejé de hacer hace mucho por no soportar la subordinación de la música a la dinámica del comercio y la televisión.

La edición de discos y partituras era otra esperanza que el tiempo se ha llevado, cual tsunami que a su paso arrasa todo. Una conocida compañía discográfica de Buenos Aires me pagó, en concepto de regalías por siete años de venta de uno de mis discos, la suma de $68 (si, sesenta y ocho). Una importantísima editorial de partituras de Alemania que editó dos libros con mis obras, tiene la exclusividad para su publicación por un período que excederá largamente el de mi vida, y hace años que no recibo un centavo de regalías por estas ediciones. Mis reclamos caen en el vacío, y aún si lograra ser escuchado, me llegarían monedas, porque así funciona este negocio: lo mínimo para el artista, las migajas para el creador del hecho que da ganancias a otros. Por todo esto HE DECIDIDO NO VOLVER A ENTREGAR UNA GRABACIÓN O UNA PARTITURA. He optado por la autogestión, y ya llevo andado un trecho considerable por este sendero. Esta decisión me obliga a multiplicarme. A las tareas de crear y grabar la música se suman muchas otras propias del hecho editorial: arte de tapa, traducción, fotografía, transcripción de partituras, etc. Pero así están dadas las cartas, y me sigue gustando el juego.

Teniendo en cuenta que he sido bendecido con el privilegio de la música, acepto como un precio razonable los avatares que más arriba he descripto brevemente. Seguiré caminando por esta huella, que es de barro y luminosa a la vez. Dado que no escribo música para guardarla en un cajón, he comenzado a colocar mis obras en internet, para que sean descargadas gratuitamente por todo aquél que llegue a interesarse.

Marcelo Coronel
Rosario, 21 de marzo de 2013