noviembre 08, 2017

La importancia del apellido

El pasado 23 de octubre llegué al aeropuerto de Belo Horizonte, para participar en un evento guitarrístico. Sabía que me iba a estar esperando un chofer para llevarme en auto hasta la ciudad, distante 36 kilómetros.

Luego de los trámites de rigor, salí al hall con mi valija y mi guitarra, dispuesto a buscar entre los hombres con carteles uno que tuviera escrito mi nombre, pero no había nadie. Esperé unos minutos y llamé a Stanley, una persona de la organización, para avisarle que ya había llegado, suponiendo que el chofer estaba retrasado. Stanley me pidió un momento para averiguar qué pasaba, y luego me llamó él, diciendo que esperara, que el chofer estaba con otra persona, y que él no entendía bien porqué. Me pasó el nombre y la patente del auto por seguridad, e insistió en que lo esperara en cierto lugar. Así hice.

Como veinte minutos después se me acerca un hombre y me pregunta...
-¿Marcelo?
Yo le repondo...
-¿Reinaldo, el chofer?
Efectivamente, era él. Subí al auto y salimos rumbo a la ciudad.

En el viaje me contó que al llegar al aeropuerto, más o menos una hora atrás, se acercó a un tipo al cual le preguntó:
-¿Marcelo?
Y como el otro le dijo que sí, lo subió al auto y lo empezó a llevar a Belo Horizonte. Al poco rato ambos entraron a sospechar que había un error, sobre todo el pasajero, ya que lo estaban llevando a un lugar que no era su destino. De modo que regresaron al aeropuerto, Reinaldo se deshizo del otro Marcelo, y me encontró a mí.

Me pregunto...
¿Iría con guitarra el otro Marcelo también?
¿Lo habrá encontrado finalmente quien lo debía ir a esperar?
¿Estará el pobre todavía en el aeropuerto?


junio 02, 2017

Los acordes... "como son"

Mi primer grupo musical con pretensiones de "en serio" fue Escarbanda, un trío con Marcelo Lastra y Julio Fioretti. Agarrábamos canciones del folklore y las des-arreglábamos en versiones de ocho minutos, con acordes raros, solos en el medio, y ritmos más difíciles que pellizcar un vidrio. Con esa propuesta fuimos al Pre Cosquín, y ganamos la categoría "Conjunto instrumental". Esto nos dio el boleto para seguir compitiendo en la plaza Próspero Molina junto a los ganadores de las demás categorías, con quienes se armó una delegación artística.

En el grupo iba un hombre muy criollo, tradicionalista como el que más, ganador del rubro "Canción inédita". Ya en Cosquín, todos compartíamos la mesa del desayuno y el almuerzo, una suerte de cofradía musical del sur santafesino. En una de esas ocasiones, este criollazo y nosotros tres ocupamos la punta de la mesa. Fue el momento para el intercambio de opiniones estético-folklóricas. Y el tipo dice, sin anestesia:
"...a los acordes hay que tocarlos como son...".
Nos miramos los tres como tratando de entender, sospechando que la flecha venía para nuestro lado. Y siguió:
"...porque los acordes son mayores y menores, como tocaba Yupanqui, nada de disminuido ni cosas por el estilo".
Ya no teníamos dudas de que el señor estaba con la vena gorda a raíz de nuestra actitud irreverente. Incluso la referencia a Yupanqui nos resultaba incomprensible: Don Ata se cansó de usar esas progresiones de acordes disminuidos que tanta nostalgia le ponen a las milongas.

Para evitar una escalada salimos del tema lo más rápido posible sin polemizar. Y desde entonces, para nosotros, los acordes se dividen en: mayores, menores, y todos los demás, los que "no son".