junio 17, 2010

El Toril perdido

Arequipa, jueves 2 de agosto de 2007. Viajé a esta ciudad del sur peruano para participar en el Festival Internacional de Guitarra que se realiza anualmente aquí. Al finalizar mi actuación en el teatro Municipal, volví al camarín -que estaba completamente desierto- a guardar mi guitarra. Mientras hacía esto entró uno de los colegas peruanos que habían participado en la primera noche, y se acercó a hablarme:

Colega peruano (CP): una de las piezas que usted tocó se parece mucho a una música que tenemos por aquí.
Marcelo (M): ¿a cuál pieza se refiere?
CP: no recuerdo el título…
M: hagamos una cosa, toque por favor esa música peruana que según usted se parece a lo que yo toqué.


Saqué nuevamente la guitarra del estuche y se la dí. El hombre comenzó entonces a tocar una música muy vivaz construida con sólo tres notas de un acorde mayor, que me atrapó inmediatamente. Enseguida me di cuenta de que él la comparaba con mi pieza Coquena, que por ser una baguala también está compuesta usando nada más que las tres notas de un acorde mayor.

M: ¿Que música es esta?
CP: Es un Toril, música que se toca en las corridas de toros.
M: ¿Tocan guitarra en las corridas de toros?
CP: No, se toca con bandas grandes de instrumentos de viento…
M: Y el arreglo para guitarra que usted toca… ¿quién lo hizo?
CP: yo mismo…
M: ¿podría hacerle una copia a la partitura? me gustaría tocar esta música…
CP: La tengo en la cabeza, no la puedo escribir…
M: Pero yo lo he visto a usted tocar con la orquesta sinfónica anteayer…
CP: Puedo leer música, pero no puedo escribirla...
M: Le propongo que mañana nos encontremos temprano en el hotel, usted toca la música y yo la escribo, así usted puede tener la partitura, y yo me llevo una copia para tocarla.
CP: De acuerdo, ¿a las ocho estaría bien?
M: Perfecto, en el comedor del hotel, a las ocho.
Nos encontramos a las ocho en el lugar convenido y luego del desayuno nos instalamos en una habitación contigua, para hacer el trabajo. Él tocaba un fragmento y yo lo escribía. A veces le pedía que repitiese una parte y él la volvía a tocar de manera algo diferente, pero sin tener conciencia de esta situación. Así suele ser el proceso de transmisión de la música popular, abierto, flexible, intuitivo.
Sucedió que antes de que pudiésemos terminar tuve que irme, ya que debía viajar hacia la localidad de Aplao, en el valle del Río Majes, para tocar esa noche. Nos despedimos con un hasta mañana: el plan era regresar a Arequipa al día siguiente. Pero demoras en la ruta, roturas de vehículo y otros contratiempos alteraron los planes, y nunca regresé. Le pedí por correo electrónico al colega peruano que me enviase un archivo de audio con una grabación casera para terminar de escribir la partitura, pero nunca me llegó. Así fue que perdí el Toril, una música desconocida en mi región, que me pareció hermosa, y que se me presentó, en manos de aquél hombre, como si me hubiese estado esperando. Conservo la esperanza de reencontrarla para completar esa partitura, y en mi próximo viaje al Perú iré preparado con papel, lápiz y algún dispositivo de grabación.

Plaza de Toros de Aplao, en el Valle del Río Majes. Perú, Agosto de 2007.

junio 08, 2010

El arte y su empecinamiento II

Coral de las Espigas es una agrupación que se formó en Venado Tuerto -sudoeste de la provincia de Santa Fe- hace ya veinte años, bajo la dirección, en aquél entonces, de Damián Sanchez. Quien fuera su asistente, Javier Diplotti, es el actual director de la agrupación. Esta gente, además de su actividad específica, trabaja para generar cultura en aquélla ciudad. Llevan adelante un ciclo de actividades invitando a artistas de otras especialidades, y lo organizan con minuciosidad, creatividad y mucho respeto por los artistas invitados.

Entre los detalles que suelen quedar en la memoria de los invitados, se destaca "el asado del Muela". Gustavo "Muela" Rosell (foto) es un personaje entrañable, que fue integrante de Coral de las Espigas. Aunque actualmente ya no asiste a los ensayos, presta su colaboración aportando su bestial experiencia y conocimiento en el arte de la parrilla. Por si esto fuera poco toca la guitarra, y como detalle curioso, es el único motoquero yupanquiano del país (al menos yo no conozco otro). El comedor de su casa ha visto pasar a muchos de los buenos guitarristas argentinos y extranjeros que han tocado en Venado Tuerto, en especial aquéllos que han ido a participar de la sede local del festival Guitarras del Mundo, que Coral de las Espigas organiza y coordina con eficiencia poco común.

El pasado domingo 6 de junio tuve el privilegio de actuar en Venado Tuerto invitado por ellos, junto a María Amalia Maritano (con quien integro el Dúo Meridiano) y el guitarrista rufinense Daniel Mariatti. Sólo diré, para terminar este comentario, que el organismo enfermo de la sociedad argentina aún tiene anticuerpos: su involución cultural y espiritual tiene alguna chance de revertirse mientras existan grupos de gente como Coral de las Espigas.

junio 07, 2010

El arte y su empecinamiento


Esas butacas que se ven en la foto pertenecen a la sala de Candilejas, en Rufino, sudoeste de la provincia de Santa Fe. Allí palpita el teatro, pero también la música. También me parece pertinente decir que allí resisten el teatro y la música. Resisten contra el abandono, el desinterés, la ignorancia y la falta de presupuesto. Y también contra la banalización de la vida que se nos trata de imponer desde los medios masivos de comunicación, que salvo muy honrosas excepciones dan cabida sólo al mal gusto, la vulgaridad, la mediocridad, el grito estéril y la oquedad.
Allí palpitan la amistad, la solidaridad y el trabajo comunitario. Un grupo de personas de distintas edades trabajan, producen, enseñan y sueñan. Hace dos días tuve la suerte de pisar ese escenario junto a María Amalia Maritano (mi compañera en el Dúo Meridiano) y mi hermano de cuerdas, el guitarrista local Daniel Mariatti. Agradezco a la música que me lleve al encuentro de esa Argentina que no renuncia a una vida atravesada por ideales y por el esfuerzo de tratar de alcanzarlos.