noviembre 22, 2010

Alabanzas, donde termina el camino


Iruya es un pequeño pueblo de la provincia de Salta, donde termina el camino que a él conduce. No se puede seguir hacia ningún lado con un vehículo de motor. Por consiguiente, nadie llega de paso hacia otro destino: si alguien está en Iruya, es porque decidió viajar hasta allí. El pueblo está "colgado" en un escalón de la montaña, asomado a un barranco que da a un río sin agua durante la época invernal, como lo muestra la foto, tomada desde el lecho seco. Pero en verano las lluvias traen el agua; como el camino debe pasar por el cauce del río, el pueblo suele quedar incomunicado cuando éste crece.
Llegué a Iruya luego de un viaje de tres horas desde el pueblo de Humahuaca, en la provincia de Jujuy. El camino asciende en medio del paisaje de la puna: piedra, tierra, y matorrales amarillentos, nada más. Salvo el pueblito de Iturbe, la presencia humana se reduce a un caserío cada tanto, o alguna casa perdida, de barro, con perros dormidos en la puerta, tirados al sol. Al llegar a los 4000 metros de altura, se cruza el límite interprovincial, y se ingresa en Salta. Allí comienza un descenso por una cuesta bellísima, un zigzagueo gigante que termina en Iruya luego de bajar más de 1000 metros.


El pueblo no tiene espacios amplios, excepto una plazoleta pequeña delante de la capilla y una plaza. El resto: callejuellas de piedra que suben y bajan, por las que puede pasar un vehículo por vez. No es fácil caminar allí, una cuadra cuesta arriba puede obligar a parar un rato para recuperar el aliento.
Antes de dormir, me fui caminando desde el hospedaje hasta la boletería de la empresa "Transporte Iruya", con la intención de averiguar horario de partida para el regreso, a la mañana. En eso estaba, cuando escuché gente cantando. Sonaba parecido a algunas grabaciones de Leda Valladares, recopilaciones de cantos bagualeros ancestrales, coplas a capella entonadas principalmente por mujeres. Me fui acercando, guiado por la música. Ya había caído la noche, y al pueblito lo iluminaba una luna gigante que asomaba por encima del perfil negro de los cerros. Así llegué a una casa con la puerta abierta, que daba a un salón rectangular, bastante grande e iluminado, y con símbolos religiosos en lo que me pareció era una especie de altar. Allí se había congregado un grupo de hombres y mujeres que cantaban alabanzas con ritmo de huayno (1), en un estado colectivo de embriaguez espiritual o al menos así me pareció percibirlo. Acompañaban el canto las palmas llevando el pulso, y algunas de las personas giraban sobre sí mismas acompasadamente sin dejar de cantar -en especial una mujer cuya presencia me hizo pensar que era alguien importante en la reunión-. Tuve el impulso de entrar, pero no me atreví, pensando que mi presencia podría entorpecer o molestar de alguna manera.

Pienso ahora en esa experiencia, a cierta distancia de tiempo y en la soledad de mi estudio. Fui ocasional testigo de la música practicada colectivamente, sin ningún tipo de intención "artística"; el canto con intención funcional: alabar a Dios, en este caso, o sea sirviendo a una necesidad espiritual de la comunidad; el canto en su contexto verdadero: un pueblo perdido en las montañas de la puna salteña, no sobre el escenario de un teatro citadino.

Ese huayno no era para esa gente lo mismo que para mi. Yo vivo el huayno como una fuente de inspiración para mi trabajo artístico. Trato de construir a partir de sus elementos rítmicos, armónicos y formales algo que luego ofrezco a otros como el producto de mi esfuerzo creativo individual. Lo que vi aquella noche en Iruya es otra cosa, es el canto colectivo y anónimo, es el folklore.


(1) Huayno: género del folklore musical de Perú, Bolivia, y el noroeste argentino.

septiembre 14, 2010

¿Son todos iguales los niños argentinos?

A fines de agosto de 2010 conocí en Jujuy a Angélica Castillo (foto). Ella es oriunda de Lipán de Moreno, un pequeño pueblo de la puna jujeña, ubicado al oeste de Purmamarca, por el camino que desemboca en el paso internacional de Jama. A pesar de su juventud, su pueblo -que acaba de obtener el status de comunidad aborigen- la ha honrado con la responsabilidad de representarlo en las gestiones que hay que realizar para proveer a sus muchas necesidades. Entre los logros más importantes está la reciente creación de una escuela primaria, que el pueblo no tenía. Esta carencia provocaba que los niños debieran irse a más de setenta kilómetros para asistir a la escuela, desarraigándose y separándose de sus padres por meses. Ésto provocaba en los niños cambios culturales que atentaban contra la posibilidad de una educación y una crianza basada en los valores familiares y las tradiciones del lugar de nacimiento.
Luego de largas y difíciles gestiones que pusieron a prueba la perseverancia de los padres, la escuela fue creada. Funciona provisoriamente en un salón parroquial y un salón comunitario, hasta que pueda tener edificio priopio.
Ahora que la escuela es una realidad, quedan otros desafíos: por ejemplo, no tiene calefacción. ¿Puede un niño aterido de frío prestar atención al docente que le trata de explicar las matematicas? Esto lleva a pensar en la tan declamada igualdad, y no se tarda mucho en llegar a la nada nueva conclusión de que es un latiguillo que los políticos usan en su discurso hipócrita y vacío. Sin duda la Patria que comenzó a gestarse hace 200 años está muy lejos aún de ser un lugar en el que todos sus hijos puedan crecer y desarrollarse en igualdad de condiciones.

julio 28, 2010

Guitarra andina

Raúl García Zárate es quizá el más grande exponente de la guitarra del Ande peruano. Nació en 1932 en la ciudad de Ayacucho, y actualmente vive en Lima, desde donde proyecta su arte al resto del país, y a muchos otros países del mundo. Toca con sonido cristalino, contundente sentido del ritmo, autenticidad en la adaptación a la guitarra de la tradición musical andina, y por sobre todo, mucho corazón para transmitir el espíritu de su tierra natal.
Es un hombre muy amable, de maneras tranquilas y rostro inundado por una gran serenidad. Abogado de profesión, se retiró del ejercicio del derecho hace ya muchos años, para dedicar su vida a la guitarra.
El pasado sábado 24 de julio he tenido la alegría de que me recibiera en su casa. Charlamos en su estudio, ordenado ambiente lleno de libros, guitarras y fotos. Entre éstas me llamó especialmente la atención una en la que se ve a un joven García Zárate sentado a una mesa con un ya bastante mayor Atahualpa Yupanqui. Me contó que fue tomada en París en 1978, durante un almuerzo que compartió con el gran folklorista argentino.
Además de su trabajo como artista, Raúl García Zárate dedica parte de su tiempo a la docencia, lo cual está resultando en una nueva generación de guitarristas peruanos comprometidos con su identidad, que a su vez están llevando ese mensaje cultural hacia el futuro. He podido conocer y escuchar a algunos de ellos en mi reciente estadía en Lima, y tan solo a modo de ejemplo mencionaré a Ricardo Villanueva y Mario Orozco.
Don Raúl me regaló uno de los álbumes que recogen sus transcripciones para guitarra de la música de los andes, y un CD con una selección de sus grabaciones. Yo a la vez le dejé algunas de mis ediciones. Me habló de los temples (afinaciones) que usa para tocar la música de su región, un verdadero mundo aparte. Muchos de ellos eran desconocidos para mí, lo que prueba la falta de conexión entre nosotros, los artistas latinoamericanos. Sabemos cómo afinar para tocar una danza renacentista, y conocemos sus gestos, y la ornamentación de una melodía barroca. Pero no tenemos idea de los temples andinos, ni del uso de la mano derecha en la guitarra peruana, una técnica de barrido de dos o más cuerdas con un solo dedo que da a esta música un sabor único y muy especial. La colonización cultural aún deja ver sus consecuencias.
Espero que la guitarra me de la oportunidad de volver a reunirme con el Maestro García Zárate. Mientras tanto, guardo como un tesoro el recuerdo de este primer encuentro.
Marcelo Coronel y Raúl García Zárate. Lima, 24 de julio de 2010
Sitio de Raúl García Zárate: http://www.raulgarciazarate.nom.pe

julio 26, 2010

Elegía por la muerte de los originales

Sabemos que la piratería ha producido un terremoto en la industria discográfica. La tecnología para copiar ediciones musicales comenzó con los grabadores de casette, y hoy se cuenta en la PC hogareña con todo lo necesario para hacer una réplica perfecta de cualquier CD o DVD. Es imposible poner dique a las copias privadas, pero sería de esperar que los estados cumplieran con su rol de policía e impidieran la comercialización de CDs y DVDs piratas, al menos de manera explícita y descarada, en plena calle.
Esto no sucede, al menos en Argentina: se suelen ver puestos callejeros que ofrecen CDs y DVDs copiados. Incluso algunos locales que supuestamente necesitan habilitación municipal para funcionar, exhiben en sus vidrieras sus catálogos de mercadería falsa, impunemente. Pero si uno quiere, aún hay comercios que venden música original.
En mi reciente viaje a Perú, intenté comprar música criolla, ediciones originales. Pero mis amigos peruanos me dijeron que en Lima ya es virtualmente imposible hallarlas, a la vez que proliferan locales que ofrecen material burdamente copiado, como el que se ve en la foto de abajo, muy cerca de la Plaza de Armas, en el corazón de la capital peruana. Esto sucede abiertamente, sin ningún tipo de ocultamiento ni disimulo. Evidentemente, autoridades y público lo han aceptado como algo "natural", y la consecuencia ha sido la desaparición de los comercios que ofrecían música original.
No me había enfrentado, hasta ahora, a la prueba contundente de que la batalla la está ganando la copia ilegal. La trinchera de la musica original está desvastada, al menos en Perú. Así las cosas, hay que aceptar el nuevo escenario y adaptarse a esta realidad. Nos toca vivir entre la desaparición del viejo sistema y las nuevas formas de producción y distribución de música grabada. El tiempo nos mostrará hacia donde se mueve el universo de los músicos y su inevitable necesidad de registrar y comercializar su produccion.

GuitarFestPeru 2010

Entre los días 19 y 25 de julio pasados estuve en Lima participando en la edición inaugural del encuentro GuitarFestPeru. Este nuevo espacio para la guitarra es una iniciativa de Antonio Rosas, guitarrista limeño que cultiva el género flamenco, como solista y en compañía de cajoneros, bailaoras y bailaores.
Antonio ha desafiado a las innumerables dificultades que enfrentamos los artistas latinoamericanos para generar espacios para el arte, en especial cuando cultivamos géneros y formas artísticas que no se llevan bien con el adjetivo "comercial". Y ha logrado arrimar buen público a la Sala Julio Ramón Ribeyro del Centro Cultural Ricardo Palma (distrito de Miraflores, Lima) a lo largo de cuatro noches. Allí se dieron cita diferentes guitarras: la peruana, en sus manifestaciones costeñas y andinas, la clásica, la cubana, la flamenca, la argentina. Celebro la creación de este nuevo festival, y voto por muchos GuitarFestPeru.
¡Felicitaciones Antonio! Y gracias por invitarme a ser parte del acto fundacional. Un abrazo desde el sur.
Antonio Rosas (izq.) y Marcelo Coronel.
Miraflores, Lima, julio de 2010
(fotografía tomada por el querido colega cubano Jorge Garcell)

julio 06, 2010

La lucha por el agua

Pisar una región y tomar contacto con su gente suele ser la forma de entender de manera cabal el pulso del lugar y sus problemas. Estuve en La Rioja el pasado fin de semana junto a María Amalia Maritano, mi compañera en el dúo Meridiano. Además de atender los compromisos artísticos, pudimos constatar la gravedad de una amenaza cuyas noticias nos llegan desde hace un tiempo por email, radio y televisión.
En La Rioja se está luchando para evitar que se concrete el emprendimiento de explotar a cielo abierto el mineral que aún queda en el Famatina. La minería a cielo abierto requiere mucha agua, que en la provincia es muy escasa y necesaria para el consumo humano, la agricultura y la ganadería. Si el emprendimiento se llegara a concretar no habrá agua suficiente y, lo peor, se contaminarán las napas por el uso de sustancias tóxicas en el proceso de separación del mineral. Los gobernantes, que durante la campaña electoral se oponían a este emprendimiento, lo aprueban. El pueblo lo rechaza. Pero en una provincia escasamente poblada, con desempleo paliado con empleos públicos para 30.000 personas, muchos callan. El salario pagado por el estado no puede ponerse en peligro. Aunque con ese silencio se comprometa el futuro de los hijos y los nietos.
Si finalmente esto se hiciese realidad, podríamos llegar a ver con frecuencia imágenes como la que muestra la foto. Un vaso de agua pura podría llegar a costar una fortuna.

Patio chayero

Pancho Cabral nació y vive en La Rioja, Argentina. Es cantor, músico, escritor y poeta. Su casa tiene dos patios; uno de ellos, el más grande, tiene nombre: "Patio Isabel Aretz". En este patio se celebra una vez al año, en febrero, la Chaya, el carnaval riojano, con sus rituales de harina volando por el aire y coplas cantadas con cajas que durante el año esperan, colgadas en las paredes, que se pongan sus chirleras a vibrar. Su esposa Beatrice, aún con la nostalgia de su Francia natal, se ha integrado a las costumbres y tradiciones del lugar, y lo acompaña en su "ser riojano", que implica amar y sufrir esa tierra hermosa. El pasado fin de semana viajamos con María Amalia Maritano para tocar en La Rioja y Chilecito, y en esa ocasión les tomamos la foto que se ve abajo, en su patio chayero.

Ese día de Chaya el patio se inunda de guitarras, de vidalas y de vino. Y se mantiene vigente una tradición que, aunque se llame carnaval (nombre adaptado de celebraciones europeas), hunde su origen en antiguos rituales agrarios de los pueblos nativos que habitaron esa región. Por esto es muy pertinente que a ese patio se le haya dado el nombre de una mujer que estudió y difundió la música popular de Latinoamérica.

Patio chayero de Pancho Cabral, es decir: botella vacía, palo borracho, aguaribay, horno de barro, mortero, copla borrosa que resiste al tiempo, gente de boca morada.



Vuelvo de alcohol y guitarra buscando un duende en la zamba.

Serenatero de bombos, golpeando la luna por el alba

(Pancho Cabral, fragmento de la zamba "Serenatero de bombos")

junio 17, 2010

El Toril perdido

Arequipa, jueves 2 de agosto de 2007. Viajé a esta ciudad del sur peruano para participar en el Festival Internacional de Guitarra que se realiza anualmente aquí. Al finalizar mi actuación en el teatro Municipal, volví al camarín -que estaba completamente desierto- a guardar mi guitarra. Mientras hacía esto entró uno de los colegas peruanos que habían participado en la primera noche, y se acercó a hablarme:

Colega peruano (CP): una de las piezas que usted tocó se parece mucho a una música que tenemos por aquí.
Marcelo (M): ¿a cuál pieza se refiere?
CP: no recuerdo el título…
M: hagamos una cosa, toque por favor esa música peruana que según usted se parece a lo que yo toqué.


Saqué nuevamente la guitarra del estuche y se la dí. El hombre comenzó entonces a tocar una música muy vivaz construida con sólo tres notas de un acorde mayor, que me atrapó inmediatamente. Enseguida me di cuenta de que él la comparaba con mi pieza Coquena, que por ser una baguala también está compuesta usando nada más que las tres notas de un acorde mayor.

M: ¿Que música es esta?
CP: Es un Toril, música que se toca en las corridas de toros.
M: ¿Tocan guitarra en las corridas de toros?
CP: No, se toca con bandas grandes de instrumentos de viento…
M: Y el arreglo para guitarra que usted toca… ¿quién lo hizo?
CP: yo mismo…
M: ¿podría hacerle una copia a la partitura? me gustaría tocar esta música…
CP: La tengo en la cabeza, no la puedo escribir…
M: Pero yo lo he visto a usted tocar con la orquesta sinfónica anteayer…
CP: Puedo leer música, pero no puedo escribirla...
M: Le propongo que mañana nos encontremos temprano en el hotel, usted toca la música y yo la escribo, así usted puede tener la partitura, y yo me llevo una copia para tocarla.
CP: De acuerdo, ¿a las ocho estaría bien?
M: Perfecto, en el comedor del hotel, a las ocho.
Nos encontramos a las ocho en el lugar convenido y luego del desayuno nos instalamos en una habitación contigua, para hacer el trabajo. Él tocaba un fragmento y yo lo escribía. A veces le pedía que repitiese una parte y él la volvía a tocar de manera algo diferente, pero sin tener conciencia de esta situación. Así suele ser el proceso de transmisión de la música popular, abierto, flexible, intuitivo.
Sucedió que antes de que pudiésemos terminar tuve que irme, ya que debía viajar hacia la localidad de Aplao, en el valle del Río Majes, para tocar esa noche. Nos despedimos con un hasta mañana: el plan era regresar a Arequipa al día siguiente. Pero demoras en la ruta, roturas de vehículo y otros contratiempos alteraron los planes, y nunca regresé. Le pedí por correo electrónico al colega peruano que me enviase un archivo de audio con una grabación casera para terminar de escribir la partitura, pero nunca me llegó. Así fue que perdí el Toril, una música desconocida en mi región, que me pareció hermosa, y que se me presentó, en manos de aquél hombre, como si me hubiese estado esperando. Conservo la esperanza de reencontrarla para completar esa partitura, y en mi próximo viaje al Perú iré preparado con papel, lápiz y algún dispositivo de grabación.

Plaza de Toros de Aplao, en el Valle del Río Majes. Perú, Agosto de 2007.

junio 08, 2010

El arte y su empecinamiento II

Coral de las Espigas es una agrupación que se formó en Venado Tuerto -sudoeste de la provincia de Santa Fe- hace ya veinte años, bajo la dirección, en aquél entonces, de Damián Sanchez. Quien fuera su asistente, Javier Diplotti, es el actual director de la agrupación. Esta gente, además de su actividad específica, trabaja para generar cultura en aquélla ciudad. Llevan adelante un ciclo de actividades invitando a artistas de otras especialidades, y lo organizan con minuciosidad, creatividad y mucho respeto por los artistas invitados.

Entre los detalles que suelen quedar en la memoria de los invitados, se destaca "el asado del Muela". Gustavo "Muela" Rosell (foto) es un personaje entrañable, que fue integrante de Coral de las Espigas. Aunque actualmente ya no asiste a los ensayos, presta su colaboración aportando su bestial experiencia y conocimiento en el arte de la parrilla. Por si esto fuera poco toca la guitarra, y como detalle curioso, es el único motoquero yupanquiano del país (al menos yo no conozco otro). El comedor de su casa ha visto pasar a muchos de los buenos guitarristas argentinos y extranjeros que han tocado en Venado Tuerto, en especial aquéllos que han ido a participar de la sede local del festival Guitarras del Mundo, que Coral de las Espigas organiza y coordina con eficiencia poco común.

El pasado domingo 6 de junio tuve el privilegio de actuar en Venado Tuerto invitado por ellos, junto a María Amalia Maritano (con quien integro el Dúo Meridiano) y el guitarrista rufinense Daniel Mariatti. Sólo diré, para terminar este comentario, que el organismo enfermo de la sociedad argentina aún tiene anticuerpos: su involución cultural y espiritual tiene alguna chance de revertirse mientras existan grupos de gente como Coral de las Espigas.

junio 07, 2010

El arte y su empecinamiento


Esas butacas que se ven en la foto pertenecen a la sala de Candilejas, en Rufino, sudoeste de la provincia de Santa Fe. Allí palpita el teatro, pero también la música. También me parece pertinente decir que allí resisten el teatro y la música. Resisten contra el abandono, el desinterés, la ignorancia y la falta de presupuesto. Y también contra la banalización de la vida que se nos trata de imponer desde los medios masivos de comunicación, que salvo muy honrosas excepciones dan cabida sólo al mal gusto, la vulgaridad, la mediocridad, el grito estéril y la oquedad.
Allí palpitan la amistad, la solidaridad y el trabajo comunitario. Un grupo de personas de distintas edades trabajan, producen, enseñan y sueñan. Hace dos días tuve la suerte de pisar ese escenario junto a María Amalia Maritano (mi compañera en el Dúo Meridiano) y mi hermano de cuerdas, el guitarrista local Daniel Mariatti. Agradezco a la música que me lleve al encuentro de esa Argentina que no renuncia a una vida atravesada por ideales y por el esfuerzo de tratar de alcanzarlos.

mayo 03, 2010

Lejos de casa

Enero y febrero de 2001 me encontraron en Toronto, Canadá. Eran tiempos muy duros para Argentina y los argentinos. La desesperanza empujaba a considerar el exilio voluntario, y buscando un destino mejor me largué para el norte del continente. Elegí para estar allí una casa de familia; mi deseo era conocer la vida cotidiana de la gente canadiense, en particular la de matrimonios jóvenes con niños. Así fue que llegué al número 75 de la Avenida Dunn, el hogar de Manuel Rodríguez, su esposa Suzi Morrison y sus hijos Victoria y Gabriel, de tres años y nueve meses respectivamente, en aquél entonces. Él es un inmigrante salvadoreño, que llegó a Canadá con sus padres y hermanos como refugiado político, en tiempos de la guerra civil. Ella es canadiense nativa, nacida y criada en Hamilton, a una hora de viaje de Toronto.En ese lugar pasé aquéllos dos fríos meses, descubriendo ese país tan distinto y descubriendo también lo difícil que puede llegar a ser estar lejos del propio lugar. Ellos fueron mi familia durante esa ausencia, y en agradecimiento les dediqué una música breve y sin pretensiones, que escribí durante esos días, en mi habitación. El título de la pieza es, simplemente, la dirección de la casa de la familia Rodríguez-Morrison. Dejo aquí, para quien quiera escuchar, mi propia grabación de esta música.

75 Dunn Ave.

abril 10, 2010

Proteger lo que crece

Diciembre de 2008, Humahuaca. La guitarra me trajo hasta este pueblo legendario de la provincia de Jujuy. Al pie de la gran escalera que conduce al Monumento a los Héroes de la Independencia, curioseo los puestos de artesanías y compro unos cacharros hermosos para llevar de recuerdo. Me acompaña mi amigo Luis Candia, músico jujeño, quien tomó la foto que ilustra esta entrada.
Mientras hago esto, un niño muy pequeño me mira desde cierta distancia, silenciosamente. Una vez que termino se acerca y ofrece contarme la historia del Monumento. Dice que se llama Facundo. Tiene el rostro cobrizo, y le calculo no más de siete u ocho años. Lleva puesta una gorra con la propaganda política de algún gobernador de turno.
-Marcelo: "Pero ya la sé a la historia del Monumento"
-Facundo: "Entonces le canto unas coplas"
Acepté el ofrecimiento y me senté en la plaza sobre el borde de un cantero, para escuchar las coplas humahuaqueñas, y allí noté que el niño estaba inquieto. Miraba hacia una esquina de la plaza, y mirando yo también vi que había dos agentes de policía que nos observaban.
-Marcelo: "¿Querés que vayamos a otro lado?"
-Facundo: "Bueno..."
Caminamos unos metros por una calle lateral y nos sentamos en el umbral de una puerta. Allí Facundo me explicó que la policía no permite a los niños del lugar que molesten a los turistas, y que si los encuentran mendigando o -como en este caso- ofreciendo algún "servicio" a cambio de una propina, los llevan a la comisaría, y luego tienen que ir sus padres a retirarlos. A continuación me recitó dos poesías del poeta jujeño Fortunato Ramos. En el final incluyó una rima de su propia cosecha:
"En la punta de aquél cerro
hay una planta de ají,
si Usted no me da propina
no se mueve de aquí"
¿Qué será de ese niño recitador de poesías? El poeta Armando Tejada Gómez -quien padeció los rigores del desamparo- nos señala la vergüenza de que esto suceda en su poema Hay un niño en la calle, del cual transcribo un fragmento:
Es honra de los hombres proteger lo que crece,
cuidar que no haya infancia dispersa por las calles,
evitar que naufrague su corazón de barco,
su increíble aventura de pan y chocolate,
transitar sus países de bandidos y tesoros
poniéndole una estrella en el sitio del hambre,
de otro modo es inútil, de otro modo es absurdo
ensayar en la tierra la alegría y el canto,
porque de nada vale si hay un niño en la calle.
(...)
no debe andar el mundo con el amor descalzo
enarbolando un diario como un ala en la mano,
trepándose a los trenes, canjeándonos la risa,
golpeándonos el pecho con un ala cansada,
no debe andar la vida, recién nacida, a precio,
la niñez, arriesgada a una estrecha ganancia,
porque entonces las manos son dos fardos inútiles
y el corazón, apenas una mala palabra.



Armando Tejada Gómez habla de su poema y lo recita:



abril 07, 2010

El viaje más largo

El 7 de abril de 1962 emprendí el viaje más largo: el de mi vida. Hoy, a 48 años de aquélla partida, quiero recordar aquí a mi madre, Élida Block, y a mi padre, Ruben Coronel. Él llegó al fin de su huella el año pasado, luego de 75 años de andar. Ella aún está conmigo, haciendo su camino. Mis padres me bendijeron cuando era niño, regalándome la primer guitarra, y así me señalaron un destino. ¡Gracias viejos, por esa guitarrita de juguete! Con el tiempo vendría otra, de verdad, a llevarme a la belleza, a la emoción, a la amistad.

Sigo andando, hasta que llegue el fin del camino, nadie sabe cuando. Me acompañan Silvana, mi esposa, y mis hijos Laureano, Mariano, Mercedes y Lisandro, por orden de nacimiento. La huella es menos barrosa cuando no vamos solos, cuando hay gente que nos ayuda a sacarnos las espinas.

de izquierda a derecha: Mariano, Lisandro (con Kity), Marcelo, Silvana, Laureano y Mercedes (con Melchor)

Camino a Jujuy

Una noche de comienzos de diciembre de 2008 tomé un micro hacia San Salvador de Jujuy, en la terminal de Rosario. La luz del día me despertó en algún lugar de la provincia de Santiago del Estero. Después de tantos años de tocar y cantar chacareras, estaba viendo con mis propios ojos la tierra que parió esta danza maravillosa. Cruzar la provincia llevaría largas horas de paisaje casi invariable: monte más bien bajo y retorcido, de aspecto algo árido, y un cielo celeste sin una sola nube. Cada tanto, a pocos metros de la ruta, se destacaba entre la maraña verde el contorno redondeado de los hornos de carbón, gigantescos nidos de hornero que sueltan al cielo su voluta de humo blanco. A medida que el micro avanza van apareciendo pueblos. En uno de ellos me llama la atención el nombre de un almacén viejo y de paredes descascaradas: "El viejo chanta". ¿Quién le comprará a este almacenero tan sincero? Como evidencia del desprecio con que el hombre trata a su entorno natural, se ven áreas que han sido desmontadas, haciendo desaparecer ecosistemas enteros para dar paso a la soja. Triste destino para una tierra poblada de magia, asociada al misterio del monte.

Al entrar en la provinca de Tucumán el paisaje cambia por completo, en pocos kilómetros, casi repentinamente. El monte llano da paso a esos cerros que tanto inspiraron a Yupanqui. Se ven a la distancia los faldeos cubiertos de vegetación, y entiendo porqué llaman a esta provincia "El jardín de la república". Muchas otras maravillas me esperan más adelante, pero este contraste entre el paisaje santiagueño y el tucumano, primera emoción fuerte que me dió la naruraleza en este viaje, ha quedado grabado en mis impresiones como algo muy especial.

marzo 30, 2010

Sorpresa en Canadá

Los meses de enero y febrero de 2001 los pasé en Toronto, Canadá. Para esa misma época estaba en esa ciudad mi amigo Leonardo Bravo, guitarrista destacado de Capitán Bermúdez, ciudad ubicada a muy pocos kilómetros al norte de Rosario. En ese entonces teníamos un dúo de guitarras en formación, y andábamos presentando "EL alma en la raíz", CD que Leo grabó con mis obras para guitarra sola para el sello EPSA Music, de Buenos Aires. Juntos intentamos establecer vínculos con la comunidad guitarrística del lugar, y así conocimos a William Beauvais, guitarrista, compositor y docente canadiense, quien nos invitó a una ronda de guitarristas, en el Conservatorio Municipal de Toronto.
El día del evento llegamos al Consevatorio, que nos sorprendió por varias razones. En primer lugar, contaba en su hall de entrada con un local de venta de partituras, instrumentos y accesorios para músicos: atriles, papel pentagramado, libros, etc. La variedad y el surtido de este pequeño local ubicado puertas adentro de un establecimiento educativo, superaba en varios rubros a los más importantes comercios del ramo de la ciudad de Rosario, especialmente en lo referente a ediciones de partituras, que en Argentina han casi desaparecido. En segundo lugar, las instalaciones y la infraestructura: cada aula estaba equipada con un piano sobre el cual había una computadora que iba registrando el trabajo del ejecutante, posiblemente en un software editor de partituras.
En una de las aulas, los alumnos y William se ubicaron en ronda, y cada uno a su turno tocó una obra del compositor brasilero Heitor Villa Lobos. Leo y yo escuchábamos. Terminada la actividad, un grupo de ellos junto a un constructor de guitarras se dirigieron a un aula contigua, para examinar nuevos instrumentos que algunos acababan de adquirir. Allí fuimos nosotros dos también.
Al salir a relucir una de las nuevas guitarras, se dejó ver en el estuche un libro, un método para guitarra cuyo diseño de tapa nos resultaba más que conocido. Era "El Sagreras", material de estudio casi obligatorio para todo aquél que se aventura en los laberintos de la técnica guitarrística, en Argentina. Pedí permiso para hojear lo que consideraba una edición canadiense, o norteamericana, y vi que no: era la edición argentina, en español, exactamente nuestro Sagreras.
¿Cuántas cosas valiosas estaremos exportando? ¿Tendremos idea de nuestro potencial?

marzo 20, 2010

Conversaciones con mi padre

Jim Bosse tiene algo así como 60 años. Vive con su esposa Nancy en Cañon City, estado de Colorado, Estados Unidos. Allí alterna su profesión de optometrista con su actividad como compositor y guitarrista. En su New York natal supo integrar una banda de rock junto a Billy Joel, cuando eran quinceañeros. Durante el mes de febrero de 2010 tuve el privilegio de ser su huésped por unos días, y disfrutar de su generosidad, su bonhomía y su amistad.

Jim Bosse en su estudio, Cañon City, Colorado

Jim tuvo una excelente relación con su padre, y destaca las conversaciones que solía mantener con él, pero la época de su juventud fue tumultuosa, y por lo tanto algunos conflictos generacionales no podían dejar de surgir.
Su padre luchó en la segunda guerra mundial, y como miembro de la generación que vivió ese conflicto, afectado por un nacionalismo exacerbado, adoptó una postura radical a favor de la guerra de Vietnam, en la década de los años sesenta.
Jim, como miembro de la siguiente generación, se opuso a esa guerra. Esto llevó a padre e hijo a sostener largas conversaciones sobre el asunto, que muchas veces derivaban en fuertes discusiones. En esos años de gran convulsión interna, muchos jóvenes norteamericanos, en señal de repudio a Vietnam, rompían su documentación, necesaria para ser enrolados en el ejército. Jim iba a hacer esto también. Entonces su padre amenazó: si Jim rompía su documentación, él a su vez rompería la partida de nacimiento de Jim, y virtualmente le quitaría la condición de hijo suyo.
Esta fuerte crisis fue resuelta, en aquél momento, con una cuota de sentido común, y las cosas no pasaron a mayores. Años después, cuando el padre de Jim estaba enfermo y próximo a morir, le habló y le preguntó si recordaba aquel incidente. Jim contestó que si, a lo cual el padre respondió con una confesión: él se había equivocado, aquélla guerra había sido un gran error.
Suele llevar tiempo aceptar o descubrir ciertas cosas. Muchas veces la gente muere sin haber logrado abrir su mente ante ciertos asuntos que los afligen especialmente, y esto suele suceder porque en la pugna entre razón y corazón, a veces éste se impone. Afortunadamente no fue este el caso.
La música que sigue es “Conversations With My Father” (Conversaciones con mi padre), composición de Jim Bosse que él incluyó en su CD de igual título, material para dúo de guitarras grabado junto a Alejandro Dávila, de Argentina, su compañero en el dúo Dos Américas. La vez grave es la del padre, y la más aguda la del joven Jim, y la pieza está escrita en un estilo “conversacional”, más que cantable.

marzo 16, 2010

Moldes

¿Quién no conoce McDonald's? La marca de la M amarilla, ícono de la cultura norteamericana, está en todas partes. Lo que no me imaginaba es que andando por los Estados Unidos iba a encontrar muchas cadenas comerciales al estilo de McDonald's, que también están en todas partes, y que son mucho más que comercios: representan un modo de vivir, una tendencia a la normalización y la masificación en los hábitos cotidianos.
Starbucks (café), Best Buy (electrónica), Barness & Noble (libros), Cracker Barrel (comida del sureste), Olive Garden (comida italiana), EconoLodge (hoteles), y la lista sigue. Debo decir que la presencia nacional de estas cadenas y sus sucursales permite al habitante ya acostumbrado desenvolverse de manera casi automática, poniendo en acción los hábitos adquiridos por la frecuentación de estos espacios. Todo es práctico, y para cada situación alguien ha pensado una respuesta. Como habitante de una cultura por momentos opuesta, que padece la endémica carencia de soluciones para cuestiones sencillas, reconozco las ventajas de tal normalización. Por otro lado me pregunto (y no puedo responderme) si esta estandarización de las rutinas y los consumos no estará restando cierta cuota de sorpresa, que suele condimentar el vivir con un poco de sal y pimienta.

febrero 24, 2010

Volar con la viola


Aeropuerto de Phoenix, Arizona, 24 de febrero de 2010. Volar con una guitarra es un problema. A veces cabe en el compartimento para equipajes, a veces no. Cuando no cabe, hay que despacharla a la bodega del avión, cosa que puede resultar en la destrucción del instrumento. La alternativa es pedir a la azafata que por favor la ponga en el ropero donde la tripulación lleva sus efectos personales, los diarios, etc. Esto ya depende de la voluntad que tenga el personal de a bordo. Es estresante: si mandás la guitarra a la bodega, no estás tranquilo hasta que la volvés a ver sana y salva.
Estamos por volar a El Paso, Texas, con el Maestro Christopher Dorsey. Dado que vamos juntos, el problema de la falta de lugar para las guitarras se duplica. Ojalá que el personal de a bordo esté de buen humor esta tarde, y dispuesto a ponerse en el cuero de los pasajeros que viajan con guitarras.

El gol del empate

Miércoles 17 de febrero, Melbourne, Florida. Llegar a una cultura diferente requiere, ya se sabe, adaptación. Todo tiene otro modo, otro olor, otro sonido, empezando por el idioma, que lo mantiene a uno medio aislado si no se lo maneja con fluidez. Estoy solo en el hotel. Acabo de llegar desde Phoenix, en un vuelo con escala en Atlanta, lleno de pequeñas dificultades que no existen para quienes pertenecen a esta cultura: averiguar si las valijas se recogen en este aeropuerto ó en el siguiente, comer algo, etc. La calefacción es digital y no la entiendo muy bien, el navegador de internet de la PC del hotel es totalmente desconocido...

Por suerte tengo el mate. Mientras lo preparo siento que me voy de viaje a mi cotidianeidad, por un rato. Y cuando lo tomo, el sabor amargo tan querido y familiar me compensa un poco por tanta cosa no mía, es una suerte de gol del empate.


febrero 03, 2010

Aviones

Son increíbles los aviones: nos llevan en horas al otro lado del planeta. Pero no me gustan. Hay que subirse, no hay más remedio si uno ha elegido andar. Pero no me gustan.
El destino y mi propio deseo me colocan en ese cilindro metálico que en pocas horas me estará llevando lejos. Espero que otro, no dentro de mucho, me esté trayendo de regreso.


De ida y vuelta (huella)
Letra: Roberto YACOMUZZI / Música: José Gerardo "Lalo" MOLINA
Intérpretes: Luna Monti, Juan Quintero y Carlos "Negro" Aguirre

Por andar esta huella, repecho oscuro, dejé tanto a mi espalda que ni me apuro.
Ya de ser voy dejando, me vuelvo arena, como aquel Río Salado que una vez fuera.
Andando suele el hombre tener dos huellas, una que lleva lejos, la otra regresa.
Corazón querenciero, si usted me afloja me vuelvo ahorita mismo pa' Santa Rosa.
No sé en qué madrugada daré la vuelta, por eso ir pa' delante tanto me cuesta.

Siempre vuelvo en las noches desde tu ausencia, huella de rastro fresco, lenta paciencia.
Tanto amor distancioso, mi niña amada, quemará nuestras bocas tal vez mañana.
Huella tosca y espinas cuando se aleja, violeta flor de cardo cuando regresa.
Corazón querenciero, si usted no aguanta me vuelvo ahorita mismo para La Pampa.
No sé en que madrugada daré la vuelta, por eso ir pa' delante tanto me cuesta.

enero 25, 2010

El alma en la viruta

Invierno de 2008. El día es muy soleado, aunque frío. Salgo de Rosario temprano, en un colectivo que me llevará hasta Andino, un pequeño pueblo a orillas del río Carcarañá, en un viaje de dos traqueteadas horas. En el recorrido, hacia el norte, están algunas ciudades del cordón llamado Gran Rosario.
Llevo conmigo el estuche de la guitarra, pero vacío. En Andino vive y trabaja Diego Contesti, uno de los constructores de guitarras más prestigiosos de Argentina. A pesar de su juventud, ya tiene ganado un lugar en el olimpo de los pocos que a la hora de encargar un instrumento de concierto buscamos los guitarristas de este país.
Hace dos años que espero mi guitarra. Se la encargué en 2006, y finalmente llegó el momento de encontrarme con ella. Me pregunto cómo sonará... ¿será sensible al vibrato? ¿será tenso o blando el encordado? No es un encuentro menor. Será mi compañera en este berretín de andar sonando, durante los años que vendrán.
Pasando Puerto San Martín ya se ve el campo, y con esta visión va llegando el sosiego y el regocijo. Ya en Andino, debo caminar varias cuadras para llegar a la casa de Diego. Hay muchos terrenos baldíos, y a medida que avanzo los perros me ladran y me acompañan un trecho. Finalmente aparece, detrás de unas plantas muy altas que bordean el camino, la casa de la familia Contesti. Todo es simple, no hay nada que no sea necesario. Me reciben con abrazos y sonrisas, y con un mate calentito.
En el taller está mi guitarra, colgada junto a otra que fue parida simultáneamente. Son hermanas, pero difieren en la madera de la tapa: yo prefiero el cedro, de color rojizo y abundancia de sonidos graves y envolventes. La otra muestra su pálida tapa de pino abeto, que habitualmente suena más cristalino y claro, según dicen.
Diego me entregó la guitarra y se retiró del taller. Él sabe que estos son encuentros a solas. Allí le saqué los primeros sonidos, con los cuales ella me anticipó el caudal de placer que estaba en condiciones de dar.
Cuando emprendí el regreso el estuche ya no estaba vacío. Guardaba un tesoro nacido en las manos de ese hombre sencillo y luthier enorme que se llama Diego Contesti.

Familia Contesti, en 2008. De izquierda a derecha:
Camilo, Diego, Mariel y Matías (Valentín, el mayor de los niños, ausente ese día)

enero 23, 2010

Homenaje a un carrero patagónico

En enero de 1986, mi amigo Pablo "Pato" Cuello y yo cargamos la mochila al hombro con la intención de llegar hasta la Bahía de Lapataia, en el Canal de Beagle, provincia de Tierra del Fuego. Además de la mochila, colgué al hombro la guitarra.
El itinerario incluía la ciudad de Comodoro Rivadavia, en la provincia patagónica de Chubut. Estando allí entramos a curiosear los estantes de una librería, donde encontré y compré un libro titulado "Memorias de un carrero patagónico". Se trataba de crónicas verídicas, en forma de relatos más ó menos breves, en los cuales se pintaba la región y sus habitantes. El autor, Asencio Abeijón, vivía en Comodoro Rivadavia. Decidimos rastrearlo, y finalmente llegamos a su casa que era muy modesta y ubicada en un barrio de gente trabajadora.
Don Asencio, que ya era anciano, vivía con su esposa. Nos invitó a pasar, y con la cordialidad proverbial de la gente provinciana nos regaló una tarde de mate y charla, contándonos historias de su intensa y fructífera vida. Yo le ofrecí alguna que otra milonga -ya que a la guitarra la tenía pegada y la llevaba conmigo a todos lados-, y así se consumó un encuentro inolvidable con el hombre cuyos relatos permiten conocer la vida en la Patagonia que ya no existe, tierra de campos sin alambrados y ríos que al crecer paralizaban por semanas la marcha de las caravanas que hacían el camino entre el mar y las regiones andinas.
De izquierda a derecha: la esposa de Abeijón, Marcelo y el escritor. Fotografía tomada por Pablo Cuello

Al regresar a Rosario comencé a componer una obra para flauta y guitarra inspirada en sus relatos, naturalmente dedicada a él, a la que puse como título "Homenaje a un carrero patagónico". Pero Don Asencio nunca lo supo: se fue de este mundo antes de que yo pudiera terminarla.
He tocado esta obra a dúo con mi compañera de música, María Amalia Maritano, en muchos conciertos. Pero aunque lo hemos intentado, nunca pudimos hacerlo en la ciudad de Abeijón, Comodoro Rivadavia, a la que no he regresado desde aquel viaje de 1986. Hemos grabado el Homenaje, en nuestro CD "Meridiano", y la partitura ha sido editada en Alemania. Y no perdemos la esperanza de cumplir uno de nuestros deseos: tocar el Homenaje a un carrero patagónico en la tierra que Abeijón eligió para vivir y morir.
Como cierre de esta entrada está la música, para quien la quiera escuchar. La obra está escrita en tres partes ó movimientos:



Homenaje a un carrero patagónico
I. Cañadón Minerales
II. La mata de molle
III. Pampa del Castillo

enero 20, 2010

Todavía quedan gauchos

La guitarra suele acercarnos a lugares y personas, y a veces esos encuentros son decisivos, como el caso de mi cruce en esta vida con Coco Beneitez, en 2006.
Coco me envío un correo electrónico encargando material de CDs y partituras. Yo no lo conocía. Como por esos días iba a ir a visitar a mis padres en Pilar, cerca de Luján, donde él vivía, le propuse llevarle el encargo en persona y de paso conocernos. Coco aceptó, y en ese ir y venir de correos me tomé el atrevimiento de preguntarle si conocía en Luján un lugar que le pareciera adecuado para tratar de generar una actuación. Su respuesta fue que en lugar de eso él convocaría a su casa a un puñado de personas amigas y amantes de la guitarra, que prestarían oídos atentos a lo mío. Es decir, me estaba ofreciendo organizar un concierto privado, si yo aceptaba. Por supuesto me subí al barco más que contento, y el sábado 11 de noviembre a la noche estaba golpeando a su puerta, con la guitarra.
Me recibió su esposa Lucy, simpática, amable y artista plástica de gran sensibilidad. Algunas de sus obras estaban allí, sobre caballetes. La casa estaba llena de cosas de gauchos y de campo: sombreros colgados en las paredes, puñales de toda clase, cuadros de gauchos desfilando a caballo, etc... En el comedor estaba el apero personal de Coco, y la mesa era una rueda de carreta.
Dejé la guitarra en una habitación y fui al patio, donde ya estaba el fuego prendido para el asado. Allí conocí a Gabriel Granata, quien le daba clases de guitarra a Coco, y que ha llegado a ser también un amigo entrañable. De a poco comenzaron a llegar otros invitados. Varios llevaban atuendo gauchesco, con sombrero, botas, bombacha, facón en el cinto, pañuelo al cuello. Viendo que esta gente cultivaba el tradicionalismo en el vestir, yo pensaba, prejuiciosamente, que también serían tradicionalistas en el gusto musical... "cuando empiece a tocar mis piezas con acordes raros acá me cuerean vivo... ¿Y si mejor me canto una de Cafrune?..." Comimos el asado y las empanadas, mientras conversábamos y nos conocíamos. Un paisano de apellido Palleros me regaló un cinto de cuero crudo labrado por él mismo, una pieza bellísima de artesanía gauchesca.
Ya calmada la urgencia del estómago, llegó el momento de la música. Tomé la guitarra, me senté en el comedor a afinar y de a poco se fueron viniendo desde el patio, ocupando sillas y sillones alrededor mío. Cuando empecé a tocar noté que el ambiente sonaba espléndido, y los invitados escuchaban en un silencio religioso. Preludiando cada pieza yo hacía algún comentario, que era enriquecido por atinadas acotaciones de los presentes. Puedo decir que esa noche, en ese comedor familiar, viví una de las jornadas musicales más gratificantes. Fue más que una guitarreada, fue un momento de encuentro entre personas que vibran con su cultura.
Nos despedimos entre abrazos y buenos deseos. Desde aquél día he vuelto a ver a Coco varias veces, y cada encuentro es más intenso que el anterior. Ya lo considero un hermano mayor, y agradezco a la guitarra que me haya llevado hasta su puerta.

enero 19, 2010

Un poco de música 1

Para matizar, agrego aquí un poco de música. Estas cinco piezas pertenecen a la serie Imaginario popular argentino, obra integral que compuse y grabé sin apuro, a lo largo de varios años. Fue editada en 2009, en el CD de igual nombre.
Para más información acerca de este trabajo discográfico, click aquí.

Pachamama (zamba sin segunda)


Salamanca (chacarera)


Coquena (baguala)


La umita (vidala santiagueña)

Velando al angelito (gato)

enero 18, 2010

El descubrimiento de América

Yo tenía muy pocos conocimientos acerca del Caribe y su historia, hasta que me invitaron a un festival de guitarras en República Dominicana. Tuve el honor de ser incluido entre los artistas que participarían en la edición inaugural del Festival de Guitarra ETHOS, en octubre de 2008.
Entre los auspiciantes de este evento figuraba la Fundación Juan Bosch. La curiosidad me llevó a averiguar quien había sido este señor, y descubrí la figura de un escritor que había llegado a ser Presidente de la Nación. Más precisamente el primer presidente democrático de la República Dominicana luego de la larga noche que fue para ese país la dictadura de Trujillo, y que fue derrocado por el aparato trujillista que siguió operando en el país a pesar de la muerte del dictador.
En un rato libre me escapé a buscar algún libro de Bosch, y no sin dificultad hallé un ejemplar usado de una de sus obras cumbres: "El Caribe, Frontera Imperial, de Cristóbal Colón a Fidel Castro". Este trabajo monumental pertenece a la etapa en la que el escritor había abandonado la ficción para enfocar su escritura en la política y la sociología. Luego de leerla (tarea que me llevó largos meses) puedo decir que El Caribe y su historia aparecen ante mi como una de las regiones del mundo más conflictivas y fascinantes a la vez. Por otra parte he logrado entender un poco más la historia de mi propio país, descubriendo paralelismos notables entre las penurias caribeñas y las que han padecido estas tierras del sur del continente.
Traje también algunos ejemplares de otros títulos de Bosch, gentil obsequio de La Fundación. El análisis lúcido y comprometido de este hombre lleva a constatar una vez más que la realidad puede llegar a superar a la más creativa ficción. Mi viaje a Santo Domingo en 2008 fue mucho más que la participación en un festival de guitarra: fue la toma de contacto con la historia y la realidad de una parte de América que como americano no debí ignorar durante tanto tiempo.
Santo Domingo. Puesto callejero de libros usados donde conseguí la obra de Bosch, y su dueño:

Saltar la reja

Sábado 14 de octubre de 2006. Treinta de agosto, provincia de Buenos Aires, Argentina. El Flaco Gabriel Santanatoglia, flautista y residente en Treinta de agosto, había organizado un encuentro del que participaríamos: él (a dúo con Martín Díaz en guitarra), Alberto D'alessandro y Maximiliano Molina, de Bahía Blanca, Adrián Rotger de Río Cuarto, y un servidor representando a Rosario. Como en este pequeño pueblo de la llanura bonaerense no hay un teatro, la cosa se hacía en el salón de actos de la Escuela nº 4 Juan Bautista Alberdi, a las 20:30 horas.
El Flaco le había pedido a la encargada de cerrar y abrir la escuela que fuera a eso de las cinco de la tarde, horario en el que íbamos a llegar para armar y probar el sonido (consistente en un rejunte de equipos cedidos gentilmente por amigos). La mujer le contestó que dejaría el candado colocado en la reja de entrada pero abierto, de manera discreta, para que nadie se diera cuenta. De esta manera ella no tendría que apersonarse para abrir, y nosotros podríamos ingresar a la hora que quisiéramos.
A la hora convenida llegamos a la escuela, y cuando quisimos entrar encontramos el candado colocado en la reja..... y bien cerrado. Comenzó entonces la búsqueda de la encargada, que no aparecía por ningún lado ni en ningún teléfono. Cuando consideramos que ya era muy tarde, y que a la señora no la íbamos a encontrar, decidimos entrar de cualquier manera, así que saltamos la reja y nos metimos de la misma manera en que lo deben hacer los ladrones, armando una suerte de "puente" para introducir también los equipos de sonido.
Cualquier persona que haya pasado por allí en ese momento debe haberse quedado sorprendida por el espectáculo: unos tipos vestidos de riguroso negro, metiéndose clandestinamente a la escuela un sábado a la tarde. Como registro de esta invasión involuntaria pero inevitable, ha quedado la imagen que se muestra debajo, tomada por Maximiliano.

enero 17, 2010

El que quiso seguir tocando

Martes 31 de julio de 2007: noche inaugural del Festival de Guitarra de Arequipa, Perú. Además de los invitados internacionales, el festival daba cabida a los valores locales, que así podían mostrar su trabajo en un marco extraordinario, y foguearse ante una nutrida concurrencia que rondaba los 400 espectadores por noche de promedio.
Así llegó el turno de un joven valor arequipeño, a quien se le había concedido la posibilidad de interpretar dos temas. Naturalmente, a estos participantes locales se les daba menos tiempo de escenario que a los invitados internacionales ó a los artistas peruanos ya consagrados y profesionales.
El telón -siempre cerrado al momento de las presentaciones y lecturas de curriculums- se abría una vez que el artista estaba ya ubicado en su silla, instrumento en mano, y con el micrófono perfectamente acomodado para comenzar su presentación. A la vez se cerraba tras cada participación, pero el encargado de manejarlo, en lugar de esperar que el artista se haya retirado del escenario, lo bajaba mientras éste estaba aún saludando. Así, mientras el telón iba descendiendo, se veían las piernas del músico que, dándose cuenta que el telón se cerraba, se retiraba caminando hacia uno de los costados del escenario. Esto hacía que cada número terminara con la imagen algo graciosa de los pantalones y zapatos en movimiento.
El mencionado valor local comenzó su actuación, y tras el primer tema se paró y saludó de pie. Luego se sentó y tocó el segundo tema, tras lo cual repitió el rito de pararse y saludar, que en este momento era absolutamente natural dado que su actuación había terminado. Pero se ve que el guitarrista consideró que dos temas era muy poco, y en pícara actitud, volvió a sentarse y acomodar su micrófono con la evidente intención de continuar su mini-recital y permanecer en el escenario un rato más. Para su mala suerte, el encargado del telón tenía claras instrucciones de bajarlo luego del segundo tema, y así lo hizo. La pesada tela roja comenzó a descender y el músico, sentado como para empezar un nuevo tema, no atinó a nada, desapareciendo paulatinamente: primero su cabeza, luego su guitarra y por último sus pantalones y zapatos, que en este caso no se desplazaban hacia un costado sino que quedaban fijos, en el centro del escenario.
Imagen de la ciudad de Arequipa, con el volcán Misti de fondo, y las dos torres de la catedral:



Traductor y comentarista deportivo

Lunes 6 de agosto de 2007. La gira posterior al Festival de Guitarra de Arequipa, Perú, nos había llevado hasta Puno, a orillas del Lago Titicaca, una de las ciudades más altas del país. Éramos un grupo formado por un solista boliviano, un dúo de Suecia, un solista peruano y quien esto escribe. La imagen de abajo muestra el lago desde las alturas de la ciudad de Puno.


Allí había que tocar el martes 7 en el Teatro Municipal, y como parte de la campaña de prensa fuimos los muchachos suecos (el Gothemburg Combo Duo) y yo a un canal de televisión por cable, para una entrevista con interpretaciones en vivo. Los muchachos del dúo no hablaban español, y por lo tanto para comunicarnos nos valíamos del inglés, que ellos dominaban a la perfección, mientras yo me defendía como gato entre la leña.
El programa se llamaba “La fuerza de la palabra”. La temática giraba en torno a la política, y al momento de llegar nosotros estaba saliendo al aire el conductor, haciendo una especie de editorial. Le estaba pegando duro al gobierno peruano, acusándolo de no hacer lo necesario para evitar el contrabando de alpacas, que estaban siendo ilegalmente sacadas del país por una red mafiosa. Al llegar el bloque musical, invitaron al dúo a que pase primero. Entonces los muchachos me pidieron que le avisara al conductor del programa que no hablaban español, y que para hacerles preguntas me usara como intérprete. El conductor aceptó mis servicios, y así comenzó la entrevista, que se desarrolló sin inconvenientes. Al final de la misma los muchachos tocaron un par de piezas. Cuando terminaron el conductor comenzó a decir: "Qué bueno... qué linda música... extraordinario. Y vamos a agradecer especialmente los servicios del amigo Coronel, de Argentina, que por lo que veo habla el sueco perfectamente...".
En el bloque siguiente era mi turno de tocar y comentar acerca de mi trabajo musical. Tomé la guitarra, me acomodé, me abrieron el micrófono, y me despaché con un par de temas de mi repertorio. Al terminar, el conductor se dispuso a hacerme una breve entrevista:
-"Muy bien, amigo Marcelo, y díganos, por favor... ¿no le parece que la selección argentina de fútbol necesita un recambio generacional? el promedio de edad es elevado, aunque ahora tienen a esta maravilla, este chico Lionel Messi, díganos...
Yo esperaba cualquier cosa menos esta pregunta. Es más, tenía en la cabeza una lista de cosas que me interesaba comentar: mis grabaciones, las ediciones de mis partituras, y otros asuntos por el estilo, pero tuve que reaccionar y adaptarme a la situación, estábamos en el aire:
-Bueno... si... en la última Copa América esto quedó en evidencia, coincido en que el seleccionado argentino debe renovarse con jugadores más jóvenes, como el caso de Messi, que casualmente es de Rosario, mi ciudad..."
Y así continuó la cosa, sin que en ningún momento fuera yo interrogado acerca de mi trabajo musical. ¿Será que el fútbol vende más que los conciertos de guitarra clásica?

enero 16, 2010

El concierto sin aplausos

En 2007 hice una gira por algunas ciudades de Perú. La última de ellas fue Cusco, donde debía ofrecer un par de seminarios sobre música argentina, y un concierto en un centro cultural, el viernes 10 de agosto. En la foto de abajo estoy en la legendaria Plaza de Armas, testigo de sucesos históricos trascendentes, como la cruel muerte de Tupac Amaru y toda su familia, en 1780. De fondo, la imponente catedral.

Llegado el día del concierto, me apersoné con algo de anticipación para tener tiempo de probar el sonido de la sala, encontrar la silla adecuada, acostumbrarme a la acústica del lugar, etc. Lo que se hace habitualmente en estos casos. Ya frente al edificio del centro cultural, me llamó la atención un cartel, y luego de leerlo mi sorpresa fue mayúscula. El mismo rezaba "El velorio es en el segundo piso". Como me habían informado que el concierto sería precisamente en el segundo piso, consideré que había un error ó tal vez una desgracia de último momento. No quise pensar que estaban haciendo juicios de valor prematuros acerca de mi desempeño musical.

Al llegar al segundo piso me acerqué a la primer persona que encontré y me presenté como el músico, a lo cual me respondió que "creía que el concierto se había suspendido por el fallecimiento de la secretaria", y que "le preguntara a ese señor que está allá". Esta otra persona me explicó que la sala principal se había ocupado con el velorio, por lo cual la actuación debía realizarse en una más chica, ubicada en el mismo piso y a pocos metros de la otra.

El nuevo ambiente era realmente pequeño y casi sin aberturas, a excepción de una puerta muy baja y una ventana, muy baja también, que permanecía completamente cerrada. El lugar tenía el aspecto de una recámara hermética. Me instalé allí y esperé que fuera llegando el público. Ya reunidas unas veinte personas, el organizador me sugirió que empezara, y me transmitió un mensaje de las personas que estaban en el velorio: que por favor pidiese al público aplaudir despacito, ya que prácticamente pared de por medio se estaban despidiendo los restos mortales de la secretaria de la entidad. Cumpliendo lo solicitado, comencé mi presentación explicando la situación a los espectadores, y rogándoles que por favor reprimiesen sus incontenibles deseos de ovacionarme a los gritos, como una manera de poner una cuota de humor a tan atípica situación.

Y se largó la música. Cuando la primer pieza llegó a su fin, levanté la vista y pude observar un espectáculo que me dejó sorprendido y divertido a la vez: la gente hacía con sus rostros gestos de aprobación, moviendo sus cabezas en rítmico subir y bajar, mientras sus brazos se agitaban en el característico vaivén del aplauso que quedaba en este caso abortado cuando las manos estaban a punto de chocarse. Esto, que sucedía en el más absoluto silencio, se repitió luego de cada final, por lo cual pude contemplar la surrealista escena una y otra vez.

Curiosamente, este accidentado concierto reubicado a último momento en sala de emergencia y llevado a cabo sin aplausos -por disposición de las circunstancias- para un puñado de personas, fue el que más me movilizó mientras estaba tocando, de toda la gira por el Perú. La energía circulante entre el público y yo era muy intensa, vaya uno a saber porqué.

enero 15, 2010

El decimista

Peralillo, viernes 16 de noviembre de 2007. Llegué a esta pequeña ciudad del sur de Chile para dar un concierto en el marco del Festival Entrecuerdas. La actuación, en la iglesia, sería compartida con Alberto Cumplido (organizador del festival) y Carlos Pérez, ambos chilenos. Mi turno era el segundo, luego de Alberto, quien tomó la foto de abajo mientras Carlos y yo probábamos sonido.

Tras mi presentación me retiré del templo. Al salir, un hombre a quien calculé una edad de sesenta años, se acercó y se presentó. Me contó que había vivido en Argentina por casi quince años, y que se había vuelto a Chile cuando las cosas "se pusieron difíciles". Continuó contando que era "decimista", algo así como el equivalente del payador argentino (estando en Chile aprendí que allí existen las "entonaciones", melodías que los decimistas emplean para encauzar sus creaciones poéticas. Y supe también que este arte de bajo perfil y poca prensa es considerado allí como una de las más genuinas expresiones de la música nacional, a diferencia de lo que llaman "folklore", que consideran una construcción artificial de la dictadura militar con fines de propaganda).
La noche estaba fresca. Después de un rato de charla nos despedimos, y caminé hasta un edificio contiguo al templo, donde esperaría el momento de regresar para tocar a dúo con Carlos las tres últimas piezas del recital. Estando allí, con la guitarra en los brazos y dando cuenta de un vaso de alguna bebida espirituosa que no puedo ahora precisar, sentí en un momento que golpeaban a la puerta. Al levantar la vista vi que era el decimista, pidiendo permiso para entrar. Por supuesto lo invité a hacerlo, y una vez adentro el hombre me preguntó: "¿No sabe Los ejes de mi carreta?" Como respuesta comencé a balbucear en la guitarra la introducción de la célebre milonga de Yupanqui, y tras el improvisado preludio me largué a cantar esas estrofas que llevo puestas como parte del paisaje sonoro de mi vida, desde un tiempo que ya no recuerdo. El hombre comenzó en un momento a cantar también, y así, sin que nadie lo hubiera organizado, ni previsto, ni imaginado, estábamos ahí, como en un rezo, caminando por el puente que Yupanqui tendiera entre tantos pueblos del mundo.
Terminada la milonga, el decimista se levantó, y después de un "muchas gracias" emocionado se perdió en la noche. Desde un rincón de la habitación, el único testigo del encuentro -una mujer cuya función era permanecer allí cuidando los enseres de los músicos- nos observaba en silencio.
Atahualpa Yupanqui interpreta Los ejes de mi carreta:

enero 14, 2010

El intérprete debe ser nómade

Quien elija el oficio de tocar música -maravilloso y espinoso a la vez-, deberá estar dispuesto a largarse al camino, llevando a cuestas la propia vida interior hecha textura, melodía, acorde y contrapunto.
Hay maneras de ser músico permaneciendo en un lugar. El compositor tiene esa posibilidad, por ejemplo. Pero entiendo que no es posible para el intérprete. Aquéllos a quienes están destinados los esfuerzos del músico están por todos lados, aquí y allá, y hay que ir a buscarlos. Es una suerte de búsqueda del tesoro. Al menos así me gusta entender el hecho de la convergencia, en un momento y en un lugar, de un puñado de almas anhelando el milagro de la emoción.