Peralillo, viernes 16 de noviembre de 2007. Llegué a esta pequeña ciudad del sur de Chile para dar un concierto en el marco del Festival Entrecuerdas. La actuación, en la iglesia, sería compartida con Alberto Cumplido (organizador del festival) y Carlos Pérez, ambos chilenos. Mi turno era el segundo, luego de Alberto, quien tomó la foto de abajo mientras Carlos y yo probábamos sonido.
Tras mi presentación me retiré del templo. Al salir, un hombre a quien calculé una edad de sesenta años, se acercó y se presentó. Me contó que había vivido en Argentina por casi quince años, y que se había vuelto a Chile cuando las cosas "se pusieron difíciles". Continuó contando que era "decimista", algo así como el equivalente del payador argentino (estando en Chile aprendí que allí existen las "entonaciones", melodías que los decimistas emplean para encauzar sus creaciones poéticas. Y supe también que este arte de bajo perfil y poca prensa es considerado allí como una de las más genuinas expresiones de la música nacional, a diferencia de lo que llaman "folklore", que consideran una construcción artificial de la dictadura militar con fines de propaganda).
La noche estaba fresca. Después de un rato de charla nos despedimos, y caminé hasta un edificio contiguo al templo, donde esperaría el momento de regresar para tocar a dúo con Carlos las tres últimas piezas del recital. Estando allí, con la guitarra en los brazos y dando cuenta de un vaso de alguna bebida espirituosa que no puedo ahora precisar, sentí en un momento que golpeaban a la puerta. Al levantar la vista vi que era el decimista, pidiendo permiso para entrar. Por supuesto lo invité a hacerlo, y una vez adentro el hombre me preguntó: "¿No sabe Los ejes de mi carreta?" Como respuesta comencé a balbucear en la guitarra la introducción de la célebre milonga de Yupanqui, y tras el improvisado preludio me largué a cantar esas estrofas que llevo puestas como parte del paisaje sonoro de mi vida, desde un tiempo que ya no recuerdo. El hombre comenzó en un momento a cantar también, y así, sin que nadie lo hubiera organizado, ni previsto, ni imaginado, estábamos ahí, como en un rezo, caminando por el puente que Yupanqui tendiera entre tantos pueblos del mundo.
Terminada la milonga, el decimista se levantó, y después de un "muchas gracias" emocionado se perdió en la noche. Desde un rincón de la habitación, el único testigo del encuentro -una mujer cuya función era permanecer allí cuidando los enseres de los músicos- nos observaba en silencio.
Atahualpa Yupanqui interpreta Los ejes de mi carreta:
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