abril 10, 2010

Proteger lo que crece

Diciembre de 2008, Humahuaca. La guitarra me trajo hasta este pueblo legendario de la provincia de Jujuy. Al pie de la gran escalera que conduce al Monumento a los Héroes de la Independencia, curioseo los puestos de artesanías y compro unos cacharros hermosos para llevar de recuerdo. Me acompaña mi amigo Luis Candia, músico jujeño, quien tomó la foto que ilustra esta entrada.
Mientras hago esto, un niño muy pequeño me mira desde cierta distancia, silenciosamente. Una vez que termino se acerca y ofrece contarme la historia del Monumento. Dice que se llama Facundo. Tiene el rostro cobrizo, y le calculo no más de siete u ocho años. Lleva puesta una gorra con la propaganda política de algún gobernador de turno.
-Marcelo: "Pero ya la sé a la historia del Monumento"
-Facundo: "Entonces le canto unas coplas"
Acepté el ofrecimiento y me senté en la plaza sobre el borde de un cantero, para escuchar las coplas humahuaqueñas, y allí noté que el niño estaba inquieto. Miraba hacia una esquina de la plaza, y mirando yo también vi que había dos agentes de policía que nos observaban.
-Marcelo: "¿Querés que vayamos a otro lado?"
-Facundo: "Bueno..."
Caminamos unos metros por una calle lateral y nos sentamos en el umbral de una puerta. Allí Facundo me explicó que la policía no permite a los niños del lugar que molesten a los turistas, y que si los encuentran mendigando o -como en este caso- ofreciendo algún "servicio" a cambio de una propina, los llevan a la comisaría, y luego tienen que ir sus padres a retirarlos. A continuación me recitó dos poesías del poeta jujeño Fortunato Ramos. En el final incluyó una rima de su propia cosecha:
"En la punta de aquél cerro
hay una planta de ají,
si Usted no me da propina
no se mueve de aquí"
¿Qué será de ese niño recitador de poesías? El poeta Armando Tejada Gómez -quien padeció los rigores del desamparo- nos señala la vergüenza de que esto suceda en su poema Hay un niño en la calle, del cual transcribo un fragmento:
Es honra de los hombres proteger lo que crece,
cuidar que no haya infancia dispersa por las calles,
evitar que naufrague su corazón de barco,
su increíble aventura de pan y chocolate,
transitar sus países de bandidos y tesoros
poniéndole una estrella en el sitio del hambre,
de otro modo es inútil, de otro modo es absurdo
ensayar en la tierra la alegría y el canto,
porque de nada vale si hay un niño en la calle.
(...)
no debe andar el mundo con el amor descalzo
enarbolando un diario como un ala en la mano,
trepándose a los trenes, canjeándonos la risa,
golpeándonos el pecho con un ala cansada,
no debe andar la vida, recién nacida, a precio,
la niñez, arriesgada a una estrecha ganancia,
porque entonces las manos son dos fardos inútiles
y el corazón, apenas una mala palabra.



Armando Tejada Gómez habla de su poema y lo recita:



abril 07, 2010

El viaje más largo

El 7 de abril de 1962 emprendí el viaje más largo: el de mi vida. Hoy, a 48 años de aquélla partida, quiero recordar aquí a mi madre, Élida Block, y a mi padre, Ruben Coronel. Él llegó al fin de su huella el año pasado, luego de 75 años de andar. Ella aún está conmigo, haciendo su camino. Mis padres me bendijeron cuando era niño, regalándome la primer guitarra, y así me señalaron un destino. ¡Gracias viejos, por esa guitarrita de juguete! Con el tiempo vendría otra, de verdad, a llevarme a la belleza, a la emoción, a la amistad.

Sigo andando, hasta que llegue el fin del camino, nadie sabe cuando. Me acompañan Silvana, mi esposa, y mis hijos Laureano, Mariano, Mercedes y Lisandro, por orden de nacimiento. La huella es menos barrosa cuando no vamos solos, cuando hay gente que nos ayuda a sacarnos las espinas.

de izquierda a derecha: Mariano, Lisandro (con Kity), Marcelo, Silvana, Laureano y Mercedes (con Melchor)

Camino a Jujuy

Una noche de comienzos de diciembre de 2008 tomé un micro hacia San Salvador de Jujuy, en la terminal de Rosario. La luz del día me despertó en algún lugar de la provincia de Santiago del Estero. Después de tantos años de tocar y cantar chacareras, estaba viendo con mis propios ojos la tierra que parió esta danza maravillosa. Cruzar la provincia llevaría largas horas de paisaje casi invariable: monte más bien bajo y retorcido, de aspecto algo árido, y un cielo celeste sin una sola nube. Cada tanto, a pocos metros de la ruta, se destacaba entre la maraña verde el contorno redondeado de los hornos de carbón, gigantescos nidos de hornero que sueltan al cielo su voluta de humo blanco. A medida que el micro avanza van apareciendo pueblos. En uno de ellos me llama la atención el nombre de un almacén viejo y de paredes descascaradas: "El viejo chanta". ¿Quién le comprará a este almacenero tan sincero? Como evidencia del desprecio con que el hombre trata a su entorno natural, se ven áreas que han sido desmontadas, haciendo desaparecer ecosistemas enteros para dar paso a la soja. Triste destino para una tierra poblada de magia, asociada al misterio del monte.

Al entrar en la provinca de Tucumán el paisaje cambia por completo, en pocos kilómetros, casi repentinamente. El monte llano da paso a esos cerros que tanto inspiraron a Yupanqui. Se ven a la distancia los faldeos cubiertos de vegetación, y entiendo porqué llaman a esta provincia "El jardín de la república". Muchas otras maravillas me esperan más adelante, pero este contraste entre el paisaje santiagueño y el tucumano, primera emoción fuerte que me dió la naruraleza en este viaje, ha quedado grabado en mis impresiones como algo muy especial.