Iruya es un pequeño pueblo de la provincia de Salta, donde termina el camino que a él conduce. No se puede seguir hacia ningún lado con un vehículo de motor. Por consiguiente, nadie llega de paso hacia otro destino: si alguien está en Iruya, es porque decidió viajar hasta allí. El pueblo está "colgado" en un escalón de la montaña, asomado a un barranco que da a un río sin agua durante la época invernal, como lo muestra la foto, tomada desde el lecho seco. Pero en verano las lluvias traen el agua; como el camino debe pasar por el cauce del río, el pueblo suele quedar incomunicado cuando éste crece.
El pueblo no tiene espacios amplios, excepto una plazoleta pequeña delante de la capilla y una plaza. El resto: callejuellas de piedra que suben y bajan, por las que puede pasar un vehículo por vez. No es fácil caminar allí, una cuadra cuesta arriba puede obligar a parar un rato para recuperar el aliento.
Antes de dormir, me fui caminando desde el hospedaje hasta la boletería de la empresa "Transporte Iruya", con la intención de averiguar horario de partida para el regreso, a la mañana. En eso estaba, cuando escuché gente cantando. Sonaba parecido a algunas grabaciones de Leda Valladares, recopilaciones de cantos bagualeros ancestrales, coplas a capella entonadas principalmente por mujeres. Me fui acercando, guiado por la música. Ya había caído la noche, y al pueblito lo iluminaba una luna gigante que asomaba por encima del perfil negro de los cerros. Así llegué a una casa con la puerta abierta, que daba a un salón rectangular, bastante grande e iluminado, y con símbolos religiosos en lo que me pareció era una especie de altar. Allí se había congregado un grupo de hombres y mujeres que cantaban alabanzas con ritmo de huayno (1), en un estado colectivo de embriaguez espiritual o al menos así me pareció percibirlo. Acompañaban el canto las palmas llevando el pulso, y algunas de las personas giraban sobre sí mismas acompasadamente sin dejar de cantar -en especial una mujer cuya presencia me hizo pensar que era alguien importante en la reunión-. Tuve el impulso de entrar, pero no me atreví, pensando que mi presencia podría entorpecer o molestar de alguna manera.
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