enero 25, 2010

El alma en la viruta

Invierno de 2008. El día es muy soleado, aunque frío. Salgo de Rosario temprano, en un colectivo que me llevará hasta Andino, un pequeño pueblo a orillas del río Carcarañá, en un viaje de dos traqueteadas horas. En el recorrido, hacia el norte, están algunas ciudades del cordón llamado Gran Rosario.
Llevo conmigo el estuche de la guitarra, pero vacío. En Andino vive y trabaja Diego Contesti, uno de los constructores de guitarras más prestigiosos de Argentina. A pesar de su juventud, ya tiene ganado un lugar en el olimpo de los pocos que a la hora de encargar un instrumento de concierto buscamos los guitarristas de este país.
Hace dos años que espero mi guitarra. Se la encargué en 2006, y finalmente llegó el momento de encontrarme con ella. Me pregunto cómo sonará... ¿será sensible al vibrato? ¿será tenso o blando el encordado? No es un encuentro menor. Será mi compañera en este berretín de andar sonando, durante los años que vendrán.
Pasando Puerto San Martín ya se ve el campo, y con esta visión va llegando el sosiego y el regocijo. Ya en Andino, debo caminar varias cuadras para llegar a la casa de Diego. Hay muchos terrenos baldíos, y a medida que avanzo los perros me ladran y me acompañan un trecho. Finalmente aparece, detrás de unas plantas muy altas que bordean el camino, la casa de la familia Contesti. Todo es simple, no hay nada que no sea necesario. Me reciben con abrazos y sonrisas, y con un mate calentito.
En el taller está mi guitarra, colgada junto a otra que fue parida simultáneamente. Son hermanas, pero difieren en la madera de la tapa: yo prefiero el cedro, de color rojizo y abundancia de sonidos graves y envolventes. La otra muestra su pálida tapa de pino abeto, que habitualmente suena más cristalino y claro, según dicen.
Diego me entregó la guitarra y se retiró del taller. Él sabe que estos son encuentros a solas. Allí le saqué los primeros sonidos, con los cuales ella me anticipó el caudal de placer que estaba en condiciones de dar.
Cuando emprendí el regreso el estuche ya no estaba vacío. Guardaba un tesoro nacido en las manos de ese hombre sencillo y luthier enorme que se llama Diego Contesti.

Familia Contesti, en 2008. De izquierda a derecha:
Camilo, Diego, Mariel y Matías (Valentín, el mayor de los niños, ausente ese día)

2 comentarios:

  1. ¡Grande Marcelo! Tú si sabes como llenar vacíos y ponerle estuches al alma. Por los sonidos que nos acercaron y aquellos que nos reunirán. ¡Grande Marcelo!

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  2. Diego Contesti siempre fuiste un buen tipo, todavía te recuerdo en tus comienzos cuando pibe, allá en V.Pueyrredón.
    Ojalá nuestros caminos se vuelvan a cruzar, quizá podamos reinventar una amistad.
    lo mejor para vos y tu hermosa flia.
    abrazo.

    ºº webmaster haf ºº
    san isidro, buenos aires
    http://bairesonline.fullblog.com.ar

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