marzo 31, 2013

Manifiesto

Hace muchos años descubrí mi vocación por la música. Mi pasión es tocarla y crearla. Me entregué a ella, dedicando mucho tiempo, recursos y energía a la tarea de formarme, tanto en el oficio de tocar un instrumento (la guitarra) como en otras disciplinas necesarias para llegar a ser un músico cabal. Los primeros intentos de dar forma musical a pensamientos y emociones fueron surgiendo naturalmente. Comencé a componer. Paralelamente formé una familia, y con ella llegó la responsabilidad de proveer a las necesidades de las personas a mi cargo. Encontré en la enseñanza de la música una fuente de ingresos más o menos regulares, y aposté a que mi oficio de artista (intérprete y compositor) llegase a serlo también. Luego de casi treinta años de intentarlo, me he convencido de que no es posible, al menos para mí, en estas circunstancias geográfico-temporales que me toca vivir. La remuneración por este trabajo es usualmente menos que modesta, el trabajo es muy poco, y es uno mismo quien debe generarlo, invirtiendo en esta tarea -propia de un representante artístico y no de un artista- ingentes cantidades de tiempo y esfuerzo que nunca se ven debidamente recompensados en lo monetario.

Los sistemas existentes para la remuneración del derecho de autor están al servicio de los artistas que se dedican a hechos musicales masivos. Como socio de SADAIC, he comprobado que jamás un inspector de la entidad se ha presentado a chequear el debido pago del derecho en alguno de los muchísimos conciertos que he ofrecido en salas medianas y pequeñas. Sólo recuerdo haber percibido una suma importante como pago por la composición de breves bandas de sonido para televisión, hechos sonoros irrelevantes, pueriles y descartables, que dejé de hacer hace mucho por no soportar la subordinación de la música a la dinámica del comercio y la televisión.

La edición de discos y partituras era otra esperanza que el tiempo se ha llevado, cual tsunami que a su paso arrasa todo. Una conocida compañía discográfica de Buenos Aires me pagó, en concepto de regalías por siete años de venta de uno de mis discos, la suma de $68 (si, sesenta y ocho). Una importantísima editorial de partituras de Alemania que editó dos libros con mis obras, tiene la exclusividad para su publicación por un período que excederá largamente el de mi vida, y hace años que no recibo un centavo de regalías por estas ediciones. Mis reclamos caen en el vacío, y aún si lograra ser escuchado, me llegarían monedas, porque así funciona este negocio: lo mínimo para el artista, las migajas para el creador del hecho que da ganancias a otros. Por todo esto HE DECIDIDO NO VOLVER A ENTREGAR UNA GRABACIÓN O UNA PARTITURA. He optado por la autogestión, y ya llevo andado un trecho considerable por este sendero. Esta decisión me obliga a multiplicarme. A las tareas de crear y grabar la música se suman muchas otras propias del hecho editorial: arte de tapa, traducción, fotografía, transcripción de partituras, etc. Pero así están dadas las cartas, y me sigue gustando el juego.

Teniendo en cuenta que he sido bendecido con el privilegio de la música, acepto como un precio razonable los avatares que más arriba he descripto brevemente. Seguiré caminando por esta huella, que es de barro y luminosa a la vez. Dado que no escribo música para guardarla en un cajón, he comenzado a colocar mis obras en internet, para que sean descargadas gratuitamente por todo aquél que llegue a interesarse.

Marcelo Coronel
Rosario, 21 de marzo de 2013

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